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Hay que hacerles saber que tengo un diploma universitario y que odio a la Policía tanto como ellos. ¿Pero qué hacer? La muchacha ha desaparecido. No puedo esperarla aquí hasta mañana. ¡No faltaba más! Por otra parte, aun no he comido...»

En su tránsito por Egipto, vio y admiró donna Olimpia la esfinge, las pirámides y multitud de otros monumentos del tiempo de los Faraones. Llegada sana y salva a Alejandría, se embarcó con su gente en un barco mercante de Venecia, que navegaba con diploma o patente del gran turco Solimán, a quien para obtener tales diplomas pagaba un considerable tributo anual la Señoría.

Colgóle después de su collar de hierro repujado las cinco medallas de los premios, y colocándole en la cabeza el diploma en forma de cucurucho, gritó a Lilí con extraño acento: ¡Anda, que lo retrate papá!... ¡A Tock le doy yo todos mis premios!...

Un niño pequeñito de ocho años subió gateando las gradas del estrado, púsose de puntillas para divisar a su madre, viola a lo lejos y con la punta del diploma le envió un beso... Chicos y grandes aplaudieron con entusiasmo: los unos, por ese instinto de ángel que hace comprender al niño lo que es santo y bello; los otros, por esa tierna simpatía que despierta en el corazón de todo padre o madre cuanto tiende a revelar el puro amor de hijo.

...«¿Por qué te has llevado mi pensamiento?»... leía y releía Melchor en el telegrama de Clota, que había sacado del bolsillo para contemplarlo de nuevo como un diploma de felicidad, pensando: ...¡Qué misterioso intercambio de ideas, de anhelos, de aspiraciones coincidentes, en esta suprema armonía de afecto que nos une!... ¡Cómo ha sabido encontrar Clota la mejor forma de decir lo que yo también pensaba... «te has llevado mi pensamiento»! ¡De qué manera se habrá sentido, acompañándome con la imaginación, que ha producido esta fórmula tan sencilla, tan exacta, tan delicada, tan honda!... «te has llevado mi pensamiento»... ¿Si ocurrirá así?... porque desde que me he separado de ella siento en mi cerebro, en mi corazón, en mi espíritu, ¡qué yo! algo como una voz íntima que me dice: «Clota... soy Clota... ¿ves? estoy contigo... contigo para siempre... ¡para siempre!...»

Volvióse ella bruscamente a su marido, dejando caer el diploma que tenía en la mano, y él se incorporó asustado, quedándole por la cabeza el paño negro con que se cubría para enfocar la máquina; por debajo asomaban sus bigotes retorcidos, su nariz colgante, sus ojos azorados en aquel momento, fijos en Currita, con la medrosa expresión del escolar desaplicado cogido in fraganti.

Aparisi era mucho más joven, hombre que presumía de pie pequeño y de manos bonitas, la cara arrebolada, el bigote castaño cayendo a lo chino, los ojos grandes, y en la cabeza una de esas calvas que son para sus poseedores un diploma de talento.

La vió reaparecer con un mohín gracioso entre las preocupaciones que la guerra hacía crecer sobre las almas como follajes sombríos. Hay que estudiar mucho para conseguir el diploma de enfermera. ¿Te has fijado en el traje?... Es de lo más distinguido: el blanco va bien lo mismo á las rubias que á las morenas.

La señorita Nancy se parece de un modo sorprendente a su finada madre; ¿no es cierto, doctor Kimble? dijo la gorda señora de este apellido buscando con los ojos por todas partes a su marido. El doctor Kimble los boticarios de campaña gozaban antiguamente de aquel título sin la sanción de un diploma , hombre esbelto y ágil corría de un extremo a otro de la pieza con las manos en los bolsillos.

Entre las cartas viene una, de la que literalmente copio un párrafo. Dice así: «Adjunto te mando, hijo mío, el diploma del premio que han logrado en la Exposición de Viena, las esencias de las flores de ese país, que mandaste en tus colecciones.» ¡Hasay! ¡El pájaro del sol! ¡El premio de la Exposición de Viena! Ratelán, tiene razón.