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La Esfinge lo parecía ya de verdad; y cuando se llega a ese estado de petrificación y de dureza, se vive una eternidad, y no se cuenta por años, sino por siglos, como para los monumentos de los Faraones. Hablando del suceso largamente, llegó a decir la Esfinge: Otra nueva trapisonda tenemos. Basta con oler la carta para convencerse de ello. Todas esas mujeronas huelen a lo mismo.

Por lo demás, es una esfinge silenciosa, que jamás despliega sus labios para llamar a la cuestión o al orden. El colombiano es orador; la frase sale elegante, con vida propia, llena de movimiento y garbo. En teatros más vastos, Esguerra, Becerra, Galindo, Arosemena, tendrían una reputación universal.

Se trataba de magnetismo, espiritismo, magia, etc. y las palabras volaban por el aire como los cuchillos y las bolas de los juglares: ellos los arrojaban y ellos los recogían. Aquel año llamaba mucho la atencion en la feria de Kiapò una cabeza, mal llamaba esfinge, espuesta por Mr. Leeds, un americano.

El ruso, que conocía á los políticos avanzados, le estaba dando cuenta de las gestiones realizadas por Jaurés para mantener la paz. Aún había muchos que sentían esperanzas. El, Tchernoff, comentaba estas ilusiones con su sonrisa de esfinge achatada. Tenía sus motivos para dudar... Pero sonó el timbre otra vez, y el español corrió á abrir, abandonando á su amigo. Un señor deseaba ver á Julio.

No debe sorprendernos si el niño y el ignorante vense siempre embargados por un estupor admirativo y más temerosos que alegres ante esa esfinge. Nosotros mismos, bajo muchos conceptos, la consideramos aún como un enigma. ¿Cuál es su extensión real? Mayor que la de la tierra: he aquí lo que es dado afirmar con más exactitud.

Nuestra fuerza de corazón ha de probarse aceptando el reto de la Esfinge y no esquivando su interrogación formidable. No olvidéis, además, que en ciertas amarguras del pensamiento hay, como en sus alegrías, la posibilidad de encontrar un punto de partida para la acción; hay a menudo sugestiones fecundas.

La miró atentamente, preguntándole que qué hacía allí y en qué pensaba, y por fin Mauricia desplegó sus labios de esfinge, y dijo estas palabras que le produjeron a Belencita una corriente fría en el espinazo: «He visto a Nuestra Señora». ¿Qué dices, mujer, qué te pasa? le preguntó la ex-corista con ansiedad muy viva.

Aquella noche vio como de ordinario a Beatriz en el salón; pero no pudo sorprender ni en su fría actitud ni en sus ojos impasibles de esfinge el menor signo que pudiera ayudarle a descifrar el enigma que encerraba esa palabra: «Mañana.» ¿Le escribiría ella? ¿le respondería de viva voz cuando viniese, según costumbre, a tomar su lección de pintura?...

¡Y qué humildemente vestida y peinada está! añadió la Esfinge al soltar de su mano la tarjeta. ¡Y qué dulzura de semblante y qué mirar de Niño-Dios! dijo don Santiago desde el hueco donde estaba embutido ya. Ángel sintió en su pecho cuatro porrazos seguidos y tremendos, uno por cada exclamación, que le retumbaron en la cabeza. Pero aquellos golpes no le dolían ni le incomodaban.

Nueve veces, señora respondió tétrica, sepulcralmente, la Esfinge ; nueve... ¡nueve mil puñaladas! Para las últimas, no había en el corazón un sitio sin una herida ensangrentada. Ya no le parecía a la marquesa tan fea ni tan extraña aquella mujer. La carga de tales y de tantos dolores lo justificaba todo a sus ojos.