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Con igual ahínco acometía la más fácil como la más difícil empresa, y ya le hemos visto aparecer en esta historia acompañando a la célebre aventurera italiana Donna Olimpia de Belfiore. Con gusto entró Pedro Carvallo en más arduo y noble empeño.

Durante dos o tres días, sin embargo, renació la esperanza de donna Olimpia. El Mediterráneo se hallaba a la sazón surcado de continuo por muchas galeras de los Caballeros de San Juan de Jerusalem, los cuales vagaban sin hogar de un punto a otro. Acababan de perder la isla de Rodas que era su dominio.

Tiburcio que, libre de amores platónicos, privaba tiempo hacía con Teletusa, sabía por ella el buen concepto que donna Olimpia tenía de su amigo y la inclinación que hacia él le llevaba. Aquella tarde vio Tiburcio a Teletusa, y juntos concertaron un plan muy alegre y una grata sorpresa para donna Olimpia.

Por una de aquellas casualidades que favorecen siempre a los osados, la prima donna cayó peligrosamente enferma y la protegida del duque se ofreció a reemplazarla. Veremos qué tal sale de este empeño. En este momento, la condesa, animada y brillante como la luz, entró en la sala acompañada de algunos tertulianos.

Lo decía en un tono que rebosaba de alegría, moviéndose delante del espejo y dando pataditas en el suelo. Después se puso a silbar La donna e móvile y se fue a la alcoba a buscar la camisa que ya tenía preparada sobre la cama. Pero la camisa no logró satisfacerle como el pantalón; la pechera hacía bomba y el cuello estaba poco descotado.

Para no faltar a esta regla de los preceptistas y cumplir con el semper ad aventum festina de Horacio, nos abstendremos de referir las cosas con la pausa con que las refirió donna Olimpia, y las referiremos tan en resumen, que más parezcan el plan o el índice de la historia que la historia misma.

Tiene buenos ojos; es en fin, uno de esos conjuntos que se ven por dondequiera en nuestro país. Una vez que su voz es tan extraordinaria dijo la condesa, por honor de Sevilla , es preciso que hagamos de ella una eminente prima donna. ¿No podremos oírla? Cuando queráis respondió el duque . La traeré aquí una noche de estas, con su marido, que es un excelente músico y ha sido su maestro.

Este es el palacio de Donna Anna, y doña Ana Carafa fué una gran señora napolitana, mujer del duque, de Medina, virrey español, que construyó el palacio para ella y no pudo acabarlo. Iba á decir más, pero se contuvo. ¡Ah, no! ¡por la Madona!... Otra vez se ponían á hablar, sin escucharle... Y se sumió definitivamente en un silencio ofendido, mientras á sus espaldas continuaba la charla.

Acaso impidió que dicho propósito se realizase la repentina muerte de Pedro Aretino, el cual, según aseguran, aunque donna Olimpia, que era muy su amiga, lo negaba como calumniosa patraña, murió de risa, al oír contar los embustes, embelecos y travesuras de una hermana suya, famosa por sus devaneos.

Durante tan larga navegación el tiempo pasó muy agradablemente para Morsamor y Tiburcio, merced a la precaución o a la buena suerte que habían tenido de embarcar con ellos a donna Olimpia y a Teletusa.