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El uno podía tener sesenta años, feo, moreno, grueso, con largas y blancas patillas que hacían un raro contraste con su tez bronceada.

Alto, musculoso, con el vientre hinchado y caído sobre las piernas, la cara bronceada por el sol y cuidadosamente afeitada, el capitán parecía un cura en vacaciones, tranquilo y bonachón en la puerta de su casa.

En la figura bronceada, en el ojo magnífico y salvaje, en la sonrisa orgullosa pero triste del Gitano.... Con decir que Granada es la síntesis de la historia y la sociedad hispano-arábiga, se indica lo que es en su estructura material esa ciudad.

Llegaba a la zapatería el señor Novillo, con su empaque reservado, catadura sombría y venerable vientre de ídolo; la piel bronceada, barba y bigotes pardos, entrecanos en la raíz. Había cierta similitud corporal entre Apolonio y el señor Novillo. Los dos recordaban las efigies de Buda, por la hinchazón.

Sin embargo, al cabo de una semana el incidente habíase borrado de mi memoria y no me había vuelto a acordar más de él, hasta que este inesperado y extraño encuentro lo había renovado. ¿Sería posible que este monje, de cara bronceada por el sol, fuera el mismo hombre que tenía alquilado ese pequeño departamento en Florencia, y cuyas apariciones eran tan misteriosas y subrepticias?

Un viejo marinero, de barba blanca, piel bronceada y curtida por el sol y los vientos de los mares tropicales, y que empuñaba la caña del timón, dijo: La veo, Capitán. Aunque tengo sesenta años, aún conservo la vista.

Una bota de piel bronceada andaba por debajo de la mesa, mientras su pareja se había subido a la consola. Un libro de cuenta de lavandera estaba abierto sobre el velador mostrando apuntes de letra de mujer:Chambras 6; enaguas 14, etc... El velador era de hierro con barniz negro y flores pintadas.

Algunos árabes de bronceada y nerviosa delgadez permanecían silenciosos, pero avanzaban el cuello lo mismo que los caballos de carreras, brillando sus ojos de brasa con un fulgor homicida, mostrando sus dientes ansiosos de morder.

Debajo de sus ojos grandes, profundos y pensativos, el color algo tostado de sus mejillas, es matizado por una especie de aureola más bronceada, que parece una traza proyectada por la sombra de las pestañas y como quemada por el rayo ardiente de la mirada.

Había traído de su larga temporada en Niza una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del mar y el sol africano de la isla. Vivía en la montaña, en una casucha inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encendía todos los días.