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No podía sufrir que la ropa interior de su hermano fuese en unión con la suya cuando la lavandera la llevaba o la traía. Si aquél le entregaba unos pantalones para que le cosiera un botón, cumplido el encargo corría a su cuarto y se lavaba bien las manos, y aun dicen que se echaba en ellas algunas gotas de agua bendita.

Dijo que toda la historia del pájaro verde era un sueño ridículo de su hija y de la lavandera, y se lamentó de que, fundada su hija en un sueño, enviase a tantos asesinos contra un Príncipe ilustre, faltando a las leyes de la hospitalidad, al derecho de gentes y a todos los preceptos morales. ¡Ay hija! exclamaba has echado un sangriento borrón sobre mi claro nombre, si esto no se remedia.

Sonó algún silbido, se oyeron algunas carcajadas de mofa, pero las turbas abrieron paso, los grupos se aclararon, la lavandera echó pie a tierra, arreó el cochero y el carruaje pudo arrancar despacio por entre aquella muchedumbre hostil, momentáneamente amansada.

Las plantas acuáticas tenían sangre; entre sus hojas flotaban unos bullones blancos y flácidos, como lienzos escapados de las manos de una lavandera. Don Marcelo y la mujer cambiaron una mirada de lástima. Se compadecieron mutuamente al contemplar á la luz del sol su miseria y su envejecimiento. Ella sintió renacer sus energías al pensar en la hija.

Notó, asimismo, la curiosa lavandera que el Príncipe de las esmeraldas apenas comía, aunque sus familiares le rogaban que comiese, y que se mostraba melancólico y arrobado, exhalando a veces delo más hondo del hermosísimo pecho un ardiente suspiro.

Como el dinero escaseaba en casa y cada vez que se presentaba Agapo, era recibido con una lección de solfeo, no se atrevía él a ir y pasaba los días vagando, comiendo naranjas o un pedazo de pan duro, mojado en el cocido de alguna lavandera caritativa; a veces, por ganar algo, hacía changas en el muelle, llevando la maleta de algún viajero o vendía periódicos y fósforos, pero, decididamente, no servía él para el trabajo; un día le llevaron a la comisaría por desorden, y ya aprendió el camino, de tal modo, que rara era la noche que no dormía en duro banco, en compañía de borrachos y ladrones.

Piedad le llevó al cocinero una dalia roja, y se la prendió en el pecho del delantal: y a la lavandera le hizo una corona de claveles: y a la criada le llenó los bolsillos de flores de naranjo, y le puso en el pelo una flor, con sus dos hojas verdes.

Sin embargo, yo soy de opinión añadió la lavandera de que se envíen más hombres contra el Príncipe tártaro. Aunque éste, a la verdad, sólo lleva cuarenta consigo, todos ellos, según se dice, tienen corazas y flechas encantadas, que a cada uno le hacen valer por diez.

Marta y Laura se echaron al cuello de la campesina, y la colmaron de agradecimientos y de caricias. La vieja lavandera estaba tan emocionada, que un torrente de lágrimas le corría por los ojos, sin que pudiera hablar. De pronto, Marta la tomó de una mano y la arrastró hasta el coche. Catalina, querida Catalina le dijo . Tenéis que venir con nosotros. Vuestro marido os espera en Maraghem.

Privado de la ayuda de Amparo, el barquillero había tomado un aprendiz, hijo de una lavandera de las cercanías. Jacinto, o Chinto, tenía facciones abultadas e irregulares, piel de un moreno terroso, ojos pequeños y a flor de cara: en resumen, la fealdad tosca de un villano feudal.