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Al advertir el gesto de asombro de Ramiro, el espadero exclamó: Estas son las efigies de los muertos y fugitivos las cuales serán agora condenadas en su lugar con celosa justicia.

Compraba las mejores efigies que de ellas encontraba, y después de ponerles un rico marco, las colgaba de las paredes de su cuarto. Para hacerlo hubo necesidad de descolgar a Malec-Kadel y a otros varios guerreros de la Edad Media que las tenían invadidas.

Era inútil que se hiciera esta pregunta, porque le era agradable recibirlas en el hueco de su mano y mirar sus efigies brillantes. Eran suyas por completo: constituían otro elemento de su existencia, análogo al trabajo y a la satisfacción del hombre, un elemento de naturaleza completamente extraño a la vida de creencia y de amor de que estaba privado.

Isidora cedió, mas no sin obtener permiso para ir a ver a su hijo cuando quisiera. Y en efecto, venía dos, tres y hasta cuatro veces por semana, trayendo golosinas para Riquín y sus camaradas, y además velas de cera, cálices de plomo, efigies, estampas del Sagrado Corazón, mitras, estolas, y por último un monumento de Semana Santa tan completo y hermoso que no había más que pedir.

Concluido el pleito, se dió sentencia á favor del obispo, y mandó el tribunal se siguiese la fábrica de la torre, previniendo á los maestros que la dirigian que se pusiesen en las ochavas de su cuerpo principal, mirando á la casa de D. Diego Fernandez de Córdoba, dos efigies en ademan de postradas, cargando sobre sus espaldas el peso de la fábrica restante, y que debajo de ellas se grabasen estas palabras: á un lado PACIENCIA, y al otro OBEDIENCIA: dando á entender al caballero y á sus sucesores la paciencia que habian de prestar en sufrir las vistas de la nueva torre, y la obediencia debida á la Iglesia.

El docto Rodrigo Caro nos dice, también, que en la insigne Casa de Pilato reunieron sus dueños «muchas efigies de marmol de príncipes y varones insignes antiguos y dos grandes colosos de la diosa Palas y otra multitud de estátuas y despojes de la antigüedad y el Excelentísimo Duque Don Fernando Enriquez Afan de Rivera que hoy posee esta casa, ha juntado una gran librería y en ella tantos volúmenes de todas ciencias y letras humanas, manuscritos y medallas antiguas que compite con las más insignes del mundo

Vino la noche, y los vidrios se obscurecieron, tomando tintas suaves y misteriosas. La gran nave quedó por fin en completa sombra; mas en lo alto de sus muros velaban, como espectros de moribundo resplandor, las pintadas efigies de cristal. En el centro del lóbrego santuario lucía un punto de luz: era la lámpara del altar, que como un alma despierta y vigilante oraba en el recinto.

Llegaba a la zapatería el señor Novillo, con su empaque reservado, catadura sombría y venerable vientre de ídolo; la piel bronceada, barba y bigotes pardos, entrecanos en la raíz. Había cierta similitud corporal entre Apolonio y el señor Novillo. Los dos recordaban las efigies de Buda, por la hinchazón.

Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez. Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las bellas artes.

Para que el lector, que aún no conoce la infinita bondad de este carácter, no estrañe la franqueza leal y la sublime indiscreción de la pobre Clara, añadiremos que durante años enteros esta desgraciada no veía más persona que don Elías, Pascuala, y á veces, muy de tarde en tarde, las tres melancólicas efigies de las señoras de Porreño. Su vida era un silencio prolongado y un hastío lento.