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Iba también a aquel corrillo Aparisi el concejal, a quien tenían ya medio trastornado los apóstoles, Pepe Samaniego, que no se dejaba embaucar, y Dámaso Trujillo, el dueño de la zapatería titulada Al ramo de azucenas, que todo se lo creía como un bendito, y a solas en su casa hacía experimentos con una banqueta de zapatero.

Nada de eso respondí. Abrevio. Hasta los doce años viví en el Pazo de Valdedulla. Tres años antes había muerto mi abuelo. Desde aquel punto, el propio conde llevó las cuentas y administración de sus bienes. Mi padre tenía una zapatería abierta en Santiago de Compostela. El negocio andaba malamente, porque mi padre se pasaba lo más del tiempo de tertulia y juerga con algunos amigos estudiantes.

Nos alojó en su palacio, en tanto se llevaba a cabo la instalación de la zapatería de mi padre, un establecimiento por todo lo alto, pues resultó que las instrucciones del difunto conde consistían en que una parte del legado se emplease en este fin, que la duquesa presidiese en todo lo tocante al buen empleo del dinero, que buscase clientela segura y estuviese al cuidado de que mi padre no se desmandase.

Como filósofo catecúmeno, Belarmino empleaba algunos términos a los cuales daba valor místico, y cuyo contenido no hubiera acertado jamás a elucidar satisfactoriamente. Por fortuna, el señor Colignon olvidó llevar sus pesquisas hasta la bilateralidad de la zapatería. El francés y el español prosiguieron la cháchara, muy al mutuo sabor, hasta que se presentó Xuantipa.

Llegaba a la zapatería el señor Novillo, con su empaque reservado, catadura sombría y venerable vientre de ídolo; la piel bronceada, barba y bigotes pardos, entrecanos en la raíz. Había cierta similitud corporal entre Apolonio y el señor Novillo. Los dos recordaban las efigies de Buda, por la hinchazón.

A pesar de estas reflexiones, la perplejidad del marido infiel no desaparecía; se agarraba como a una esperanza a la idea de que hubiera sido Fuejos el embustero. En cuanto tomemos el café, pensó, me voy a la zapatería a ver lo que ha habido. Pero Bonis proponía y Emma disponía.

Quería preguntarte una pequeña cosa que me ha venido anoche a la cabeza. ¿Por qué es que llamas tu zapatería «El Nenrod boscoso y equitativo», y metes que es bilateral? Quedará usted complacido en un finiquito. El aquel de hablar bien y pensar de doble fondo, y, en antonomasia, ser filósofo. ¿Eres filósofo? Creía que eras solamente republicano y orador. ¿Orador? ¡Arreniego!

Que un zapatero se asila en aquel bajo, lo proclaman las dos disformes botas de montar que cuelgan de sendas palomillas; y que el zapatero es persona de fantasía, se desprende con evidencia del rótulo: «El Nenrod boscoso y equitativo. Zapatería bilateral de Belarmino Pinto.» ¿A qué seguir? Ya he concluído mi dibujo. ¿Qué opinas, Lario?

Salimos por la zapatería que se llama Al ramo de azucenas. Lo que te digo; el pueblo es así, sumamente ejecutivo y enemigo de trámites. Jacinta miraba al suelo más que a su marido. Y a renglón seguido la consabida palabrita de casamiento dijo mirándole de lleno y observándole indeciso en la respuesta.

Fernando fué a la zapatería, cogió un fuelle grande y lo rellenó de esa casca que queda después de curtidos los pellejos y que huele que apesta; luego hizo un agujero en el tabique de la trastienda y esperó la ocasión oportuna. Por la tarde llegó la chica, é Ichtaber dijo a su aprendiz: Oye, Fernando, vete a la trastienda un momento a arreglar esas hormas que hay en la caja.