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Iba también a aquel corrillo Aparisi el concejal, a quien tenían ya medio trastornado los apóstoles, Pepe Samaniego, que no se dejaba embaucar, y Dámaso Trujillo, el dueño de la zapatería titulada Al ramo de azucenas, que todo se lo creía como un bendito, y a solas en su casa hacía experimentos con una banqueta de zapatero.

Pero á poco tiempo se desapareció aquella alegria, desvaneciéndose sus concebidas esperanzas con las desgraciadas muertes del dicho D. Manuel, y del Justicia Mayor, D. Juan Antonio Acuña, que con una corta escolta conducian preso á aquel rebelde: quienes, viéndose inopinadamente atacados en la cuesta de Chataquilay, y que era muy dificultoso conservar su persona con seguridad, determinaron matarle antes de intentar la resistencia, sin que bastase despues el esfuerzo á salvar ninguno de los que le conducian; creciendo el espanto y susto con haberse acercado inmediatamente los indios agresores á la ciudad para cercarla, campando dos leguas de ella, en los cerros de la Punilla, mas de 7,000, capitaneados por Damaso y Nicolas Catari, hermanos del difunto Santos Achu, Simon Castillo y otros caudillos.

Este destrozo de los enemigos trajo las mas favorables consecuencias, y hubieran sido mayores si se hubiese adelantado la accion: pues asustada la provincia de Chayanta, depuso toda inquietud, y para comprobar su arrepentimiento, entregó á los principales autores, que fueron Damaso y Nicolas Catari, Santos Hachu, Simon Castillo y otros varios, que todos murieron en tres palos: que así burla la Divina Providencia las esperanzas de los delincuentes, disponiendo caigan á manos de la justicia, cuando se creen mas exentos de su rigor.

En el primer acto azotan los ángeles en el teatro á San Jerónimo. En el segundo aparece San Dámaso en pomposa procesión, rodeado de obispos y cardenales; después viene una escena en que clérigos disfrazados y con armas recorren las calles de Roma en demanda de aventuras nocturnas; á la conclusión baja San Mercurio del cielo, y mata de una lanzada á Juliano el Apóstata.

Y mujer macilenta, Forcejeando en ánsias ya mortales, Contra el lúbrico abrazo del falsario En sus horribles crápulas letales... Con sus órbitas huecas De carcomido sátiro en lujuria Que arranca, atroz, horripilantes muecas En la tragedia de bestial injuria. Así lanza Rizal su primer reto Al amor monacal en esqueleto... Y ya a Dámaso Ponce le vengaba Y a su historia infeliz se anticipaba.

Teniente Coronel urbano D. Francisco Pico, Capitan de granaderos del primer batallon de Patricios; el Sr. D. Juan Antonio Zelaya, vecino y del comercio; el Sr. D. José Martin Zuloetas, idem; el Sr. D. Olaguer Reinals, idem; el Sr. Dr. D. Juan Damaso Fonseca, Cura rector mas antiguo de la Concepcion; el Sr. Dr. D. Pantaleon Rivarola, Presbitero; el Sr. Dr.

Preséntasenos en ella, además del Santo, que da nombre á la obra, y que en el primer acto es un joven de veinte años, y muere en el último á la edad avanzada de noventa y nueve años, nada menos que San Gregorio Nacianceno, San Agustín y San Dámaso, el arcángel San Rafael, el Demonio, un León y un Asno; y como si no hubiese bastante con tales desatinos, figuran también, entre los personajes, el Mundo, Roma y España.

Ahora se nos presentan algunos ramos que parecen sueltos y no lo están. ¿Pero quién podrá descubrir su misterioso enlace con los revueltos y cruzados vástagos de esta colosal enredadera? ¿Quién puede indagar si Dámaso Trujillo, el que puso en la Plaza Mayor la zapatería Al ramo de azucenas, pertenece al genuino linaje de los Trujillos antes mencionados? ¿Cuál será el averiguador que se lance a poner en claro si el dueño de El Buen gusto, un tenducho de mantas de la calle de la Encomienda, es pariente indudable de los Villuendas ricos?

El orgullo de trepar por aquellas gastadas berroqueñas no excluía lo fatigoso del tránsito, por lo que mi amigo supo explotar sus buenas relaciones para abreviarlo. El dueño de una zapatería de la Plaza, llamado Dámaso Trujillo, le permitía entrar por su tienda, cuyo rótulo era Al ramo de azucenas.

Se ocupaba del propio tanto como de los ajenos, y deploraba que no tuviéramos hipódromo . Como el de sus hermanas, estaba su cerebro tan limpio de Aritmética, que no acertaba a comprender por qué él tenía un solo caballo, mientras su amigo, el hijo de los duques de Tal, montaba alternativamente cinco, sin contar los veinte que ocupaban la cuadra de la calle de San Dámaso.