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Lo único que en este negocio la apesadumbraba era que no hubiese sido el indio su catecúmeno, porque ella le hubiera convertido mejor que el padre jesuita, y no le hubiera dado en la pila bautismal un nombre tan feo como el de Isidoro.

Como filósofo catecúmeno, Belarmino empleaba algunos términos a los cuales daba valor místico, y cuyo contenido no hubiera acertado jamás a elucidar satisfactoriamente. Por fortuna, el señor Colignon olvidó llevar sus pesquisas hasta la bilateralidad de la zapatería. El francés y el español prosiguieron la cháchara, muy al mutuo sabor, hasta que se presentó Xuantipa.

Hablaba en todas partes de su famoso triunfo; mostraba como un trofeo al Indio converso, exagerando inocentemente las horripilantes hazañas de sus época de impiedad; pero después de esta exhibición, al quedar solos los dos, el catecúmeno insaciable prorrumpía en lamentaciones sobre su miseria, no callando hasta convencerse de que en los bolsillos del «santo» sólo quedaban algunas oraciones impresas y migas de pan.

El marqués y la marquesa de Butrón salieron a su encuentro, y mientras Fernandito les presentaba al adorado amigo, decía Currita con su encantadora vocecita de niña tímida: ¡Es un pícaro, Butrón, un pícaro!... No diré yo que sea un converso, pero es un catecúmeno que por primera vez se pone hoy nuestra enseña.

Como aún no habían encendido la luz del recibimiento, sólo columbró un bulto, una sobra y pudo oír dos o tres palabras que se dijeron, al despedirse, Jacinta y la rata eclesiástica. Esta fue entonces al cuarto de su sobrino, y hallole dando vueltas en él. «¿Qué tal te encuentras, catecúmenole dijo con mucho cariño. Regular, casi bien... Espero dormir esta noche. Recógete temprano.

Nada más natural. El catecúmeno que se trataba de atraer a la buena senda era no sólo un hombre de raras seducciones personales, sino, lo que es más, el presunto heredero de una gran fortuna, que, por si algo faltaba, disponía también de una corona de marquesa, y no hay que decir, considerados estos graves antecedentes, si sería formidable el despliegue de trajes, gracia, candor, aturdimiento o afectada indiferencia a que se entregaron aquellas adorables señoritas.

El bautismo era un niño vestido de catecúmeno con su túnica blanca; el orden otro niño de sacerdote; la confirmación, un obispito; la extremaunción, un peregrino con bordón y esclavina llena de conchas; el matrimonio, un novio y una novia, y un Nazareno con cruz y corona de espinas, la penitencia.