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Por muchos días lo olvidó todo para no pensar más que en su salud; la horrorizaba la idea de la locura y el miedo del dolor desconocido, extraño, del cerebro descompuesto. Llamó a Benítez con toda el alma, y principio de la cura fue este mismo afán y el obedecer ciegamente las prescripciones del médico. Pero, ¿dónde estaba el campo? Ellos no tenían en la provincia de Vetusta una quinta de recreo.

Olvidó las colinas pedregosas, los bancales infecundos con más guijarros que plantas, toda la campiña árida sumida en la obscuridad al otro lado de la tapia, uniforme y plana a la vista como un charco negro.

Ignoro, señora Vizcondesa, cómo la ha educado usted, pero afirmo que lo que sucede no tiene sentido común. ¡Señor!... Cecilia ha leído mis obras. Eso quería yo decir. ¡General!... Olvida usted... Dice usted bien. Olvido que la cena nos aguarda.

Se llevó su diestra dolorida á la altura de los ojos. Uno de sus dedos sangraba. Tal vez se había enganchado en los pendientes de ella; tal vez se había rasgado en un alfiler perdido en su pecho. Chupó la sangre del profundo arañazo y luego olvidó esta herida, para seguir contemplando el cuerpo tendido á sus pies. Poco á poco se habituó á la luz difusa de la habitación.

Después de su muerte volvió á estar en el primer olvido y desprecio hasta que el Doctor Ioan de Torres noble hijo desta gran Ciudad y muy diligente en adquirir memorias de Antigüedad la llevó á su casa donde oy la tiene entre el tesoro de tantos libros y curiosidades, cuantas no será posible dezir, ni facil el verlas por su mucho número

Las cumbres de las colinas inmediatas al río estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos edificios blancos surgían agudos grupos de cipreses. Y en el lado opuesto de la gran urbe existían igualmente otros campamentos de silencio y olvido. La ciudad vivía entre un apretado cordón de fuertes de la Nada.

Cuando al fin la encontró, tuvo que dedicar más de una hora á la limpieza de estas armas de lujo, que habían perdido su brillo de plata en el olvido de un largo encierro. Se sentía fatigado, y al mismo tiempo la consideración de su importancia ahuyentaba su sueño. El alma de aquel drama que se estaba preparando para el día siguiente era él, sólo él.

En este excepcional desconcierto no se olvidó de pagar, y dando su duro al Tartera, recogió la vuelta. «Noble amigo díjole a Izquierdo al oído , no me acompañe usted... Estimo en lo que valen sus ofrecimientos de ayuda.

De Pas, como si su voluntad dependiese de la máquina del reloj, se decidió de repente y tomó por la calle de la derecha, cuesta abajo; por la que más pronto podría volver al Espolón. Se olvidó de su madre, de Teresina, del cognac, del Obispo; no pensó más que en los coches del Marqués que debían de estar de vuelta.

Por todo lo cual, el nombre del majo sonaba en la casa del guarda como el de un amigo y á la vez como un protector. Soledad olvidó á Manolo en cuanto Velázquez depuso con ella la actitud paternal y principió á requebrarla de amores.