United States or Saint Barthélemy ? Vote for the TOP Country of the Week !


Porque eso es lo principal dijo sonriente el señor Colignon, procurando rebajar el diapasón dramático de la escena a un tono más cuoloquial y tranquilo. Belarmino permanecía baja la testa, de precoz calvicie; un haz de luz venía al soslayo a clavarse en ella, como una espada en la cabeza de un mártir.

Estoico respondió con maravillosa dignidad y orgullo Belarmino, a quien repentinamente se le había revelado el sentido de aquella palabra, oída de labios del señor Colignon. El Padre Alesón se quedó frío. Pensó: «A ver si este pobre hombre posee más sindéresis de lo que yo sospechabaSe despidió. Ea, Belarmino; contra mi gusto, tengo que abandonar tu compañía.

Por lo pronto, no era verosímil que el francés adelantase todo el dinero que se necesitaba para pagar la deuda de Bellido y montar por lo grande la zapatería. Pero, aun cuando el señor Colignon lo ofreciese, él no lo aceptaba, porque sabía de antemano que era dinero perdido. Confesábase a propio, honradamente, no haber nacido para gobernar un negocio.

En las risotadas del abundante y rubicundo señor Colignon, especie de rebase ex abundantia cordis, Belarmino adivinaba una amable cualidad personal, o acaso cualidad de raza: la de admirar con alegría. ¡Cuán de otro linaje las risitas celadas y maliciosas del sastre Balmisa y demás tertuliantes del Círculo republicano; expresión ambigua de un corazón de secano y de un celebro oscurecido!

Como filósofo catecúmeno, Belarmino empleaba algunos términos a los cuales daba valor místico, y cuyo contenido no hubiera acertado jamás a elucidar satisfactoriamente. Por fortuna, el señor Colignon olvidó llevar sus pesquisas hasta la bilateralidad de la zapatería. El francés y el español prosiguieron la cháchara, muy al mutuo sabor, hasta que se presentó Xuantipa.

Por una puerta, pintada de negro, sale una vieja monjita, que se advierte que es esquelética, a pesar del haldudo faldamento; momificada la faz. Sus ojos, voluminosos y cansados, se reaniman un punto al ver al señor Colignon, que corre a su encuentro, con las manos extendidas. ¡Ah! Felicita, simpática Felicita. Hermana de los Dolores, señor Coliñón corrige la monja. Es verdad, es verdad.

Sólo otro permanece en su sitio, allá lejos, sentado en un banco, habiendo saludado al señor Colignon con leve ademán de la mano: es Belarmino. Belarmino y Apolonio son bastante más jóvenes que el resto de los asilados. Una monja, guardadora de aquel rebaño de hombres decrépitos, va caminando por una de las sendas transversales, y acierta a cruzarse con el roncero Apolonio.

El señor Colignon echó de ver, aunque ignorase la causa, que Belarmino le hablaba más en cristiano, y así se lo declaró una tarde. Belarmino, esmerándose en expresarse en romance paladino, lo cual le ocasionaba más engorro todavía que a Apolonio expresarse en prosa, le respondió: Por muchas intenciones intenciones = razones . Primera: porque le quiero a usted.

Pero yo no puedo olvidar. Debemos olvidar; y si no podemos olvidar, debemos parecer como que hemos olvidado dice la hermana, con unción monjil y acento de nostalgia, como dando a entender que, a pesar de todo, no ha olvidado. ¡Qué había de olvidar la triste Felicita! Sobre todo, el señor Colignon refresca la memoria y conturba el pecho de la hermana de los Dolores.

Cada vez que el señor Colignon, tan carnal y concreto, se asoma a aquel jardín, se figura pisar las lindes primeras de los Campos Elíseos, habitados por las imágenes desencarnadas de los que fueron y ya no son, de aquellos que dejaron en la tierra el cuerpo sólido, sede de los placeres amables, y no conservan sino la apariencia de vida, y con ella las pasiones añejas, porque las pasiones son el alma, y el alma es indestructible.