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Como necesitaba seguir trabajando, me sentí atraído por la soledad bravía del Cap-Ferrat, península que avanza en el mar su lomo cubierto de pinos. Durante unos meses viví en el Gran Hotel del Cap Ferrat como en un convento abandonado. Muchos días fuí su único huésped, llevando una vida de familia con su director y sus escasos domésticos.

Anda, defiéndete; a ver hasta dónde yegan tus reañosEsto fue lo que más sentí: la burla. La probesita de mi mujer me curó como pudo, y yo no descansaba, no podía viví acordándome de los golpes y la burla... Pa abreviá otra vez: un día aparesió uno de los siviles muerto en las eras, y yo, pa evitarme un disgusto, me fui ar monte... y hasta ahora.

Si me sale blando y sin vergüensa le doy un goyetaso ¡y a viví!... A me podrá hasé peaso un toro, ¡pero en la vía un roío buey!

Esta ha sido mi mayor fortuna en medio de la libertad y de la abundancia en que viví, siendo niño mimado y consentido, mientras fui «hijo de familia», y rico y desligado de toda traba en cuanto quedé huérfano de padre y madre y me declaré «mozo de casa abierta». En estas condiciones y con un temperamento más apasionado, sabe Dios lo que hubiera sido de y de mi dinero.

»Viví de este modo, cerca de un esposo de pasiones brutales y coléricas, pero cuyo corazón era menos malo de lo que yo creí en un principio. Todos sus defectos provenían de una educación descuidada.

Nada de eso respondí. Abrevio. Hasta los doce años viví en el Pazo de Valdedulla. Tres años antes había muerto mi abuelo. Desde aquel punto, el propio conde llevó las cuentas y administración de sus bienes. Mi padre tenía una zapatería abierta en Santiago de Compostela. El negocio andaba malamente, porque mi padre se pasaba lo más del tiempo de tertulia y juerga con algunos amigos estudiantes.

Harto lo ha probado su ruina; pero además, bastará con que yo, enlazando los rotos recuerdos de mi niñez, te cuente mi modo de vivir en Madrid, para que entiendas que lo mejor, quizá lo único que pudo hacer mi padre, fue dejarme confiada a D. Acisclo. Hasta que cumplí cinco años, viví en casa de una señora, que parecía medianamente acomodada, y que se llamaba doña Francisca.

Perniciosa melancolía, nacida tal vez en mi alma cuando viví lejos de mi familia, condenado a las soledades de un colegio, cuyos claustros vetustos entenebrecieron mi espíritu; melancolía que me arrastra a los campos y a la espesura de los bosques, para extasiarme largas horas ante el espectáculo deslumbrador, a orillas de laguna adormecida, escondido entre los juncos; o para abismarme en la contemplación de una flor desconocida, modesta y rústica beldad.

A me falta tiempo para ser literato, así como me ha faltado para ser poeta, si es que hubiese podido serlo. Hubo un tiempo en que fuí poeta por vocacion, como Vd. me ha llamado en sus Viages, y cuando me acuerdo de esto, me digo á mismo, penetrado de una profunda melancolía: ¡Y yo tambien viví en Arcadia! Las poesías que va á leer, fueron escritas casi todas ellas á la edad de veinte años.

¡, yo también nací y viví en Arcadia! También supe lo que era caminar en la santa inocencia del corazón entre arboledas umbrías, bañarme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies una alfombra siempre verde.