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Los paseos dominicales cesaron cuando Elías tuvo ocupaciones y preocupaciones que le apartaban de su casa: entonces ella se limitó á oír misa muy de mañana en las monjas de Góngora, y en esta expedición lo acompañaba, una criada alcarreña llamada Pascuala, que Coletilla había tomado á su servicio.

Sentía gran postración en todos sus miembros, y además un frío intenso que, creciendo por grados, llegó á producirle una convulsión dolorosa. Arropóse lo mejor que pudo, y pensó en el medio de volver á la casa para esperar á Lázaro en la puerta. Entonces le ocurrió súbitamente la idea de dirigirse á casa de Pascuala.

La pobre llegó esta mañana y se desmayó dijo Pascuala. Está, muy malita; todavía no ha hablado palabra, si no es pa delirar. Vino que no se podía tener, toda mojada, temblando de frío, y las lágrimas le corrían por la cara abajo. ¿Dónde está? Allí, en mi alcoba y en mi cama. Pascual se quedó en el desván y yo en el suelo, al lado de ella.

Aquel día estaba muy alegre, reía por la menor causa, se ruborizaba sin motivo, estaba inquieta y sin sosiego, quedábase pensativa un largo rato, y después parecía hablar consigo misma. Las nueve serían cuando Pascuala volvió de la calle, y entró en el cuarto de Clara.

Pero en vez de dormir empezó á cavilar con tanto desvarío y agitación como durante la noche. Elías tampoco había vuelto. ¿Qué sería de él? ¡Oh, qué luz! Tal vez le había encontrado y estarían juntos en alguna parte. En esto entró Pascuala que venía de la calle. La alcarreña se acercó á Clara, adornando la redonda y vasta fachada de su cara con impertinente sonrisa. ¿Sabe usted lo que ha pasao?

He salvado la vida á más de veinte personas, los hombres más esclarecidos de España. Iban á ser villanamente asesinados esta noche. ¡Jesús! exclamó Pascuala, llevándose las manos á la cabeza. ¡Qué me alegro de que mi Pascual no hubiera salido! Si sale, me lo asesinan. Una infernal maquinación estaba preparada para matarlos en un sitio en que estaban reunidos.

No lo sabrá... Si llegara á saber mi Pascual que hay un señorito que dice chicoleos á Pascuala.... Advirtamos que esta fregona tenía por novio á un Pascual que había fundado nada menos que una taberna en la calle del Humilladero.

Pascuala y yo nos escondimos allí dentro, y nos sentamos en un rincón temblando de miedo. ¡Cómo gritaban! Después sentimos muchos golpes ... decían que iban á matar á uno. Nosotras nos pusimos á llorar: Pascuala se desmayó; pero yo procuré animarme, y juntas empezamos á rezar de rodillas delante de la Virgen que está allí dentro.

Le recibió como a un antiguo amigo; le mandó sentarse a su lado; entabló con él plática reservada, dejando en completo abandono a su obligada compañera Pascuala. Por fortuna para ésta no tardó en llegar Bonifacio, que no tomaba jamás butaca cuando sabía que la familia de Osorio tenía palco en algún teatro.

Bien: ya me lo dijo usted el otro día, respondió Coletilla dirigiendo miradas recelosas á Clara y á Pascuala. ¿Y no me manda usted nada? Nada más sino que me deje usted en paz. ¿No va usted á la procesión? Está muy lucida. No estoy para procesiones. ¿Le gusta á usted saber lo que pasa en las casas de los realistas? añadió el anciano con el acento amargo y receloso propio de su carácter.