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Para que el lector, que aún no conoce la infinita bondad de este carácter, no estrañe la franqueza leal y la sublime indiscreción de la pobre Clara, añadiremos que durante años enteros esta desgraciada no veía más persona que don Elías, Pascuala, y á veces, muy de tarde en tarde, las tres melancólicas efigies de las señoras de Porreño. Su vida era un silencio prolongado y un hastío lento.

Su hermano don Carlos Porreño cometió el despropósito de afrancesarse durante la guerra, y la protección de Junot y de Víctor no sirvieron sino para que fuera después condenado á perpetua proscripción.

El mayordomo aplazó para más adelante este arreglo. Señoras, al fin traigo esa chica dijo Coletilla, presentándose á las de Porreño. Bien, amigo exclamó Salomé; tráigala usted en seguida, esta misma tarde. Pero, señoras continuó, esa muchacha tiene muy mala cabeza. Es preciso que ustedes empleen en ella una severidad muy grande. De otro modo es imposible sacar partido.

A fines del siglo era Elías mayordomo mayor de la casa de los Porreños y Venegas. La ruina de esta histórica casa data de aquella misma época. Don Baltasar Porreño, Marqués de Porreño, que había sido Consejero íntimo de Carlos IV, entabló un pleito con un pariente suyo, descendiente de los Marqueses de Vedia.

Al sumergirse en aquellas camas arquitectónicas, verdaderos monumentos de otros tiempos, los tres vestigios de la familia insigne de Porreño, vivos exóticamente en nuestros días, parecía que se hastiaban del mundo de hoy y se volvían á su siglo. Concluyamos: la más inalterable armonía reinaba aparentemente entre ellas. Parecían no tener más que un pensamiento y una voluntad.

Usted se va á asustar de lo que le voy á decir. No lo creerá usted; es inconcebible. Lázaro, que creía ya que doña Paulita Porreño no podía decir nada más inconcebible, tembló ante la promesa de nuevas y más extrañas confidencias. Para realizar la felicidad y la paz con que yo he soñado, no basta el amor; es decir, que para evitar mil irregularidades y disgustos es necesaria además otra cosa.

En los tiempos do prosperidad había en la casa muchos perros: dos falderos, un pachón y seis ó siete lebreles, que acompañaban al decimocuarto Porreño cuando iba á cazar á su dehesa de Sanchidrián.... Con la ruina de la casa desaparecieron los canes: unos por muerte, otros porque el destino, implacable con la familia, alejó de ella á sus más leales amigos.

Este hombre les dijo que los Pascuales vivían en la calle del Humilladero, y los dos jóvenes se dirigieron inmediatamente allá. #El "vía-crucis" de Clara.# Mucho horror inspiraba á la huérfana la casa de las de Porreño, aunque no tenía otra. Así es que su primer impulso al verse en la calle fué huir, correr sin saber á dónde iba, para no ver más tan odiosos sitios.

Según tradición, conservada en la familia, estos vasos, traídos del Perú por el séptimo Porreño, almirante y consejero del rey , fueron mirados al principio con gran recelo por la devota esposa de aquel señor, que creyendo fuesen cosa diabólica y hecha por las artes del demonio, como indicaban aquellos cabalísticos y no comprendidos signos, resolvió echarlos al fuego; y si no lo hizo fué porque se opuso el octavo Porreño , el mismo que fué después consejero de Indias y gran sumiller del señor rey don Felipe IV. Junto á la cama campeaba un sillón de vaqueta chaveteado, testigo mudo del pasado de tres siglos.

Las tres señoras de Porreño y Venegas vivían en una humilde casa de la calle de Belén: esta casa constaba de dos pisos altos, y aunque vieja no tenía mal aspecto, gracias á una reciente revocación. No había en la puerta escudo alguno, ni empresa heráldica, ni portero con galones en el zaguán, ni en el patio cuadra de alazanes, ni cochera con carroza nacarada, ni ostentosa litera.