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Mientras caminaba hacia la Puerta del Sol en compañía de la prendera, con labio balbuciente y seductora timidez le hizo algunas candorosas confidencias sobre su situación y sus proyectos. La señá Rafaela sonreía siempre con extraordinaria complacencia, sorprendida de hallar en estos tiempos miserables un joven de corazón tan sano.

Oh, , aquello era mejor; sin perjuicio de continuar en el templo la buena tarea comenzada, para dar a Dios lo que era de Dios, Ana aceptaba aquella amistad piadosa que se ofrecía a oír sus confidencias, a dar consejos, a consolarla en la aridez de alma que la atormentaba a menudo.

A las mujeres no les disgusta esta clase de confidencias: así que, lejos de huirlas, las provocaba, informándose con deleite de todos los pormenores más o menos pueriles de aquellos amores idílicos, tan en consonancia con su edad y su sexo. Miguel rehusaba enseñarle el retrato. Temía que no le gustase.

Esta especie de confidencias íntimas empiezan de esta manera: «Durante los primeros años de mi juventud, empecé a escribir un diario exacto de cuanto me ocurrió a , o en torno mío, con todas aquellas reflexiones que los diversos acontecimientos de mi vida me sugirieren. Después de largo tiempo, perdí esta costumbre, y quemé los apuntes que tenía hechos.

Mas, suplico que no se me crea de corazón liviano e inconstante, porque este olvido fue solamente momentáneo y tres días después de mi llegada al Pavol, escribía a mi cura la siguiente carta: «Mi querido cura: Tengo tantas cosas que deciros, tantos descubrimientos que participaros, tantas confidencias que haceros, que no por dónde empezar.

Cuando volvía en conocimiento la beata, contaba cosas estupendas á sus amigas, y relataba sus conversaciones con Luzbel, y las confidencias que éste les hacía en las cuales trataba con la mayor llaneza de las cosas pasadas, presentes y futuras, dejando tales relaciones con la boca abierta á todos los incautos que las oían.

Anteayer, la casualidad hizo que me hallase solo con ella en el salón, habiendo salido bruscamente la señorita Helouin para dar una orden. La conversación indiferente en que nos hallábamos comprometidos cesó al instante como por un secreto acuerdo; después de un corto intervalo de silencio: Señor me dijo la señora de Laroque con acento penetrado, deposita usted muy mal sus confidencias.

Á Dios gracias, me sobra dinero para llevarla vestida como la hija del mayor caballero... Si no va mejor es porque no quiere... Siendo buena para , tu hermana será una princesa, querido, y nada perderás tampoco... El chico no comprendía bien, pero le hacían feliz las confidencias de un hombre á quien estaba acostumbrado á admirar y temer.

Así los sabios del país podrían enterarse, gracias á sus confidencias, de la civilización de los Hombres-Montañas. Después de redactar este documento sólo durmió unas horas. Debía partir al amanecer en la máquina volante que hacía el viaje á una de las ciudades más lejanas de la República. Le aguardaban allá para que diese, ante un público inmenso, otra de sus conferencias sobre el coloso.

Había el príncipe de Polignac puesto en sus esperanzas, y me distinguía con una familiaridad política que acaso no mereciera. En las confidencias con este grande hombre, entreveía un alma real, un espíritu dispuesto ya para la emigración y un corazón alarmado por la conciencia.