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Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró bien claro el sentimiento y vergüenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habían tanta lástima como admiración de su desgracia; y, aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero la mano Cardenio, diciendo: -En fin, señora, que eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo.

«Hija mía, usted está hoy un poco alucinada. Bien quisiera poderla oír, consolarla... pero tiene que dispensarme por hoy... Otro día...». ¿Tiene usted que salir? dijo la anarquista con pena . Bueno, volveré; yo tengo que contarle a usted una cosa... Si no se la cuento a usted, lo sentiré... ¡Ay!, una cosa que me ha pasado ayer... ¡tremenda, muy tremenda!

La madre, muy compadecida, y creyendo que aquella oveja extraviada llamaba de nuevo al aprisco, procuraba consolarla y prometíale escribir aquella misma noche al padre Cifuentes, anunciándole su visita.

Las once habían dado ya en el reloj del torreoncito de la villa, y dos señoras, sentadas a uno y otro lado de la chimenea, hablaban en el gabinete. Una lloraba en silencio; la otra parecía consolarla. Representaba esta más de cuarenta años, y su falta absoluta de pretensiones en nada disimulaba la sorda lima del tiempo.

Felicia en vez de responder rompió á llorar hilo á hilo como su hija, de tal modo que ésta se vió al cabo necesitada á consolarla. ¡Nunca pensara, Demetria, que me habías de dar un disgusto tan grande! articulaba entre sollozos que la rompían el pecho. Demetria atribulada la besaba y la abrazaba con anhelo. Perdóneme, madre... yo no quería disgustarla... ¡No llore, madre, no llore!

No puedes formarte idea de las palabras tiernas que le dije para que se calmara; pero nada podía consolarla de que no os hubierais salvado también y el buen sacerdote.

Y por ahí continuó soltando a chorros sarcasmos e insultos, hasta que al fin la pobre Josefina rompió a llorar. Las demás criadas, menos malévolas, se veían, no obstante, lisonjeadas por aquella humillación. Al fin se pusieron de su parte, trataron de consolarla, mientras Concha, despiadada, más dura y más fría que el mármol, siguió persiguiéndola largo rato con rechifla sangrienta.

El capitán, respetándole en todo lo que vale, promete á la afligida madre un sitio en primera cámara para su hijo en cuanto se hagan á la mar y trata de consolarla con cariñosas aunque breves palabras.

El doctor Esquilón, inmortalizado en el óleo, adquiere en su mirada una ternura indescifrable. La viuda sigue llorando y arreglándose los lazos de un traje color crema que se ha puesto para que yo vea cómo le queda. Ya no tiene remedio, hijita la digo para consolarla y ahuyentar la triste visión. Era muy bueno, Marianela, muy bueno. ¡Qué energía, qué brío! ¡Yo creo que hubiera ido lejos!...

Estuve en el acto a su lado tratando de consolarla, pero pronto me di cuenta de la impresión profunda de horror y espanto que habían producido en ella esas palabras escritas por su padre. Su dolor era inmenso; todo su ser estaba embargado por una pena inconsolable.