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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Para tener una idea exacta de la casita de Milly, donde mi madre y nosotros nos encontrábamos relegados en invierno como en verano, puede verse la descripción hecha en mis Confidencias y la composición poética titulada La tierra natal.

Durante estas confidencias íntimas, preocupada enteramente por sus recuerdos, me abandonaba la mano.

La hija del médico provocó las confidencias, diciendo a doña Luz: ¿Y por qué no has de casarte nunca? No te lo niego: yo conozco que es difícil, pero no imposible. Es difícil porque no hay en estos pueblos novio para ti, y porque no has de ir en busca de novio a las grandes ciudades.

Semejante costumbre, observada por mi madre hasta su muerte, dio por resultado la existencia de quince o veinte pequeños volúmenes de confidencias íntimas entre ella y Dios, que he tenido la dicha de examinar; en ellos he vuelto a ver y veo continuamente a mi madre viva cuando siento de nuevo la necesidad de refugiarme en su seno.

Las confidencias que nos hacemos no son de gran importancia, y, además, la delicadeza obliga a tenerlas secretas. ¿Quieres darme a entender?... ¡No, no, nada! exclamé vivamente. Responde a Máximo que no tengo nada que decir. Entonces no sabes nada, absolutamente nada desfavorable a Luciana... ¿ o no? ¿Por qué me obligaba así?

Solamente Hardoin leía en aquella frente impenetrable, y aunque nunca se permitía la menor alusión a las penosas confidencias sorprendidas a pesar suyo, su deferente simpatía y su respeto caballeresco eran un bálsamo precioso para aquella alma dolorida.

Por confidencias de Carmen, supo Adriana muchas cosas relativas a Zoraida, que la afirmaron en la suposición de que ésta, realmente, había sido objeto de la imposible pasión y causa del suicidio de su padre. En la infancia Zoraida se había formado un propósito tenaz: ser monja.

Joaquín siguió algunos minutos hablando de aquellas bromas y se despidió. ¡Pobre diablo! dijo Mesía. Es pesado como un plomo. Callaron. Vegallana miraba de soslayo a su amigo de vez en cuando. Don Álvaro iba pensativo. Aquel silencio era de esos que preceden a confidencias interesantes de dos amigos íntimos.

A las doce y media, a la luz de la luna, en mitad de la plaza del Teatro, hablaban con el tono de las confidencias misteriosas, íntimas e interesantes, Serafina, Julio y Bonifacio.

Estas confidencias, nada á propósito para tranquilizar el ánimo en quien no le tenía muy grande, templaron el deseo de encaminarse á París, mientras no lo hiciera un cuerpo de tropa mandado por M. D'Incarville. El mismo Duque de Montpensier le aconsejó esperar esta ocasión, y aun agregó á la tropa varios oficiales del Rey que le dieran particular escolta.

Palabra del Dia

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