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Empeñaba una joya para comprar otra, y a ninguna prendera dejaba salir de su casa sin quitarle de las manos, a cambio de buen dinero, el rico mantón de Manila, la peineta de concha, el abanico de marfil, los soberbios encajes flamencos y otras prendas valiosas que las casas ricas de Madrid arrojan diariamente al oscuro mercado de lance.

Tenía allí la prendera un sobrino empleado, quien por favor especial hizo llamar a Godofredo a la sala de declaraciones.

¿En toda la tarde no se ha acercado nadie al chico? Nadie. , mujer interrumpió Vicenta. Le ha dado un beso esa prendera que conocen los señoritos, que se llama D.ª Rafaela. Le besó y le regaló unos caramelos. Pensé que la señorita hablaba sólo de hombres replicó la niñera. Carlota guardó silencio de nuevo y meditó. Está bien dijo al cabo.

Repetidas veces la invitó Bou a visitar juntos el palacio de Aransis, cuyas bellezas él no había visto; pero Isidora se excusaba siempre por miedo a la exacerbación de sus sentimientos en presencia de aquellos venerados y queridos sitios, su patria perdida. Un día que la Rufete venía de casa de su prendera, encontró al litógrafo en la calle del Duque de Alba.

No se prenderá á don Francisco dijo trasudando Lerma, porque al decirlo, recordó el irritado empeño con que su hija pretendía que se le prendiese. Gracias, muchas gracias dijo la duquesa levantándose ; no esperaba menos de vos. Y ya que me habéis complacido, me vuelvo á mi casa. ¿Pero seguiréis en palacio? . ¿Y me ayudaréis?

¡Valor, Godofredo! ¡Valor, hijo de mi corazón! exclamó la prendera. Pero la buena mujer estaba tan necesitada como él mismo. No bien pronunció estas palabras tuvo que sacar el pañuelo para secarse las lágrimas. Ambos permanecieron silenciosos bastante rato. Al fin aquélla, enjugándose bien los ojos y sonándose con estrépito, dijo: Pero ¿cómo fue eso, hijo querido? ¡Explíquemelo! ¿Cómo fue?...

Trabajaba como asistenta en las casas más acomodadas del barrio, cosía para las vecinas, correteaba ropas y alhajas en representación de cierta prendera amiga suya y hacía pitillos para los señores, recordando sus habilidades de la juventud, cuando el señor Juan, novio entusiasta y zalamero, venía a esperarla a la salida de la Fábrica de Tabacos.

En cuanto salió de la cárcel se fue la prendera derecha a casa de D. Jeremías. El iracundo presbítero no quiso oírla, ni aun prometiéndole salir por fiadora de las cantidades que Godofredo adeudaba a él y a sus amigos. Juraba y perjuraba que había de llevarle a presidio y prometía ir a verle salir en la cuerda de presos con el mismo placer que si fuese a la misa del Papa.

La semana que entra declaró Isidora vendo la sala. ¡Vendes la sala! . Pásese usted luego por casa de la prendera. Que venga a verla. Veremos lo que da». Después echó una mirada de cariñoso desconsuelo al armario de luna. «¿Y el armario también? También. ¿Y la cama dorada?». Isidora meditó un rato. Después dijo: «No; me quedo con la cama». En esto andaban cuando reapareció la Sanguijuelera.

La idea del largo plazo hizo titubear a Rosalía, inclinando todo su espíritu del lado de la compra... La verdad, mil setecientos reales no eran suma exorbitante para ella, y fácil le sería reunirlos, si la prendera le vendía algunas cosas que ya no quería ponerse; si además economizaba, escatimando con paciencia y tesón el gasto diario de la casa.