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Tiene buenos ojos; es en fin, uno de esos conjuntos que se ven por dondequiera en nuestro país. Una vez que su voz es tan extraordinaria dijo la condesa, por honor de Sevilla , es preciso que hagamos de ella una eminente prima donna. ¿No podremos oírla? Cuando queráis respondió el duque . La traeré aquí una noche de estas, con su marido, que es un excelente músico y ha sido su maestro.

Según la indicación, que se hace al terminar, fué escrito de orden superior, y se representó por vez primera, ante el Rey y la Reina, en el teatro del Buen Retiro. «¡Cuán grande es la harmonía dice Malsburg, de este idilio de Narciso! ¡Es una ópera en palabras! El placer de la música lo sentimos, al oirla sin acompañamiento instrumental alguno.

¡Jesus! decía la buena devota á Capitana Tikâ; ¡esa pobre muchacha creció aquí como un hongo sembrado por el tikbálang!... La he hecho leer el librito en voz alta lo menos cincuenta veces y nada se le queda en la memoria: tiene la cabeza como un cesto, lleno mientras está en el agua. ¡Todos, de oirla, hasta los perros y los gatos, habremos ganado cuando menos veinte años de indulgencias!

El mayor moscón continuó Rafael , con su indefectible desmaña, le dijo que todas cuantas cantantes había oído, sólo la Grisi lo hacía mejor que ella. A lo cual respondió con frialdad: «pues una vez que la Grisi canta mejor que yo, hacéis mal en oírme a en lugar de oírla a ella». En seguida llegó sir John dando la mano y pisando a todo el mundo.

Bueno; pues a pesar de estas declaraciones que sobre su nacimiento hacía Amparito con su hilillo de voz y su expresión picaresca, el tío don Juan, aquel monstruo de aburrimiento y rudeza, no se conmovía, tal vez por estar mejor enterado de cómo había nacido que la propia interesada. E igual indiferencia mostró al oírla cantar que el puente tenía seis ojos, y ella dos «solamente».

Cuando se quejaba a sus padres, no querían oírla, y con razón. Su madre había muerto hacía siete años. Su padre había vuelto a casarse con una tía pescueza. Estaba, pues, sola en el mundo y abandonada en las manos de aquel maldito. El que maltratase a sus hijos la volvía loca, y era el toque para promover todos los escándalos que, al parecer, eran casi diarios.

Desde niña había sido reputada como un ángel; no hacía más que rezar y cantar á estilo de coro, remedando lo que oía en las Carboneras. Los domingos decía misa en un pequeño altar, que ella misma había formado, y también predicaba desde lo alto de una mesa con gran regodeo de toda la servidumbre, que acudía para oírla desde los cuatro polos de la casa.

El demonio ofrece sus mercaderías á las labradoras, y la más piadosa, conociendo el juego, exclama: «Jesús, Jesús, Dios y hombre verdadero,» y al oirla, toma el demonio las de Villadiego, y el serafín se mezcla en el tropel, para poner á la venta virtudes, aunque con poco éxito. Las jóvenes labradoras le aseguran que los mancebos, para elegir esposa, atienden más al oro que á las virtudes.

Cada una de ellas le parecía no pronunciada antes por nadie, creada con talento supremo para que ella expresara sus pensamientos recónditos. Y para oírla, se había quedado. Su alma fue desde ese instante el asiento de la más absoluta admiración. Jamás había creído llegar a depender así de una criatura humana.

Luego apretaba la mano de Fernando con más fuerza, mirándose en sus ojos. Viejito mío, di que me perdonas... ¡Ay, si quisieras! ¡si quisieras! Otra vez despertó en ella el deseo de la fuga. Hablaba de esto sin recato, como si el hermano no pudiese oírla. Aquel infeliz no existía para ella: lo despreciaba.