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Después que la tía Quica depositó majestuosamente sobre la mesa sus regalos, la señora, como compensación, metió en su cesta la media docena de pasteles que Miss había aplastado en su caída, y además le dio un duro, no sin antes luchar con la labradora, que juraba y perjuraba que nada quería, mientras en sus ojos brillaba la codicia.

En cuanto salió de la cárcel se fue la prendera derecha a casa de D. Jeremías. El iracundo presbítero no quiso oírla, ni aun prometiéndole salir por fiadora de las cantidades que Godofredo adeudaba a él y a sus amigos. Juraba y perjuraba que había de llevarle a presidio y prometía ir a verle salir en la cuerda de presos con el mismo placer que si fuese a la misa del Papa.

Miraban al trasluz el aguardiente, y con los vasitos en alto y los ojos elevados, como si les hipnotizase el blanco líquido, hacíanse mutuas confidencias, arrastrando las sílabas trabajosamente. El más viejo estaba desengañado; le habían «lacerado » el corazón; lo juraba y perjuraba, dándose terribles puñetazos sobre el pecho, que sonaba como un tambor.

Los señoritos de la ciudad acudieron en torno suyo como moscas al panal. Pero ni sus rendimientos exagerados ni sus ofertas hicieron mella en el corazón de la joven. Prevenida contra sus halagos por la triste suerte de algunas amigas que habían tenido la flaqueza de darles oídos, los rechazaba siempre con ferocidad. En cambio acogía con agrado los rudos obsequios de los braceros; tuvo entre ellos varios novios, y juraba y perjuraba que le gustaban más que los pisaverdes tísicos que la seguían en el paseo.

Hubo sospechas vehementes de que el autor de la agresión fuese este cerdo viudo, pero la joven de la aventura juraba y perjuraba que había sido un oso quien la había acometido, y que no le dijeran cómo era este animal, porque lo había visto muchas veces disecado en el gabinete de zoología de la universidad. Fernanda se había marchado mucho antes seguida de Granate. Estuvieron en el jardín.

Miró lo que era, y el mesonero adrede le riñó, diciendo: -Cuerpo de Dios, ¿no halló otra cosa que llevarse, padre, sino esa piedra? ¿Qué les parece a V. Mds., si yo no lo hubiera visto? Cosa es que estimo en más de cien ducados, porque es contra el dolor de estómago. Juraba y perjuraba diciendo que no había metido él tal en la capilla.

A todos los encontraba la amable señorita poco adecuados; juraba y perjuraba que sólo se casaría cuando hallase el marido que había visto en sueños o al menos el que más se le pareciese. A esto contestaba la brigadiera que no fuese tonta, que todo era música celestial y que lo importante era casarse con un hombre capaz de mantenerla en la categoría y con el bienestar que había disfrutado siempre.

Esta señora juraba y perjuraba que su esposo no había muerto, y defendió tan bien su causa, que al cabo de siete años de haberse perdido recibía el título de contralmirante. Tenía razón lady Franklin; su marido vivía. Si se hubiese creído á lady Franklin, el gran explorador inglés no pereciera en medio de los hielos.