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Sólo la contemplación de los dos seres a quienes más quiero y en quienes se cifran todos mis amores de este mundo, hace penetrar un rayo de gozo en mi triste corazón lacerado por la pena... Ya que soy amado, que se me corresponde, pero hay que perdonarme: no puedo quedarme aquí; necesito vivir solo. ¿Qué dice, usted? ¿que nos deja? ¡Oh, tío! ¿Cómo puede ser eso? Explíquese exclamó Antoñita.

Como tomase las rebanadas y mordiese en ellas, pensando también llevar parte de la longaniza, hallóse en frío con el frío nabo. Alteróse y dijo: "¿Qué es esto, Lazarillo?" "¡Lacerado de !, dije yo. ¿Si queréis a echar algo? ¿Yo no vengo de traer el vino? Alguno estaba ahí y por burlar haría esto." "No, no, dijo él, que yo no he dejado el asador de la mano, no es posible."

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador. Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces, y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo.

Sus pensamientos estaban detenidos por una perplejidad completa, ahora que su camino estrecho de antaño estaba cerrado, y sus efectos parecían haber sido aniquilados por el golpe que había lacerado sus fibras más sensibles. Por fin, el lienzo de mesa de la señora Osgood fue terminado, y Silas recibió oro en pago.

», Antoñita; quiero que usted me perdone, y para ello debo confiarle mi suerte, someterme a sus generosas inspiraciones, y poner en sus manos este pobre corazón abatido por el infortunio, lacerado por la pena. »AmauryYa me explico su deseo: Antoñita le ha dicho que estoy enfermo y él ha querido examinarme. »Pero yo, sospechando la verdad, me he negado a recibirle.

Pues estando en tal aflición, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.

Miraban al trasluz el aguardiente, y con los vasitos en alto y los ojos elevados, como si les hipnotizase el blanco líquido, hacíanse mutuas confidencias, arrastrando las sílabas trabajosamente. El más viejo estaba desengañado; le habían «lacerado » el corazón; lo juraba y perjuraba, dándose terribles puñetazos sobre el pecho, que sonaba como un tambor.

Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa, y en el plato dos pellejos y unos huesos, y dijo el pupilero: -Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo. ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas!

Tan joven aún y tan desgraciado, desilusionado de la vida y de la sociedad por una experiencia precoz, extraño a los hombres que han lacerado mi corazón, y privado de toda esperanza, he buscado un asilo en mi miseria y no lo he encontrado.

Pues, estando en tal aflición, cual plega al Señor librar della a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.