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Golbasto, que allá donde iba se consideraba el centro de la reunión, entró en los salones saludando majestuosamente á la concurrencia. Casi todos los altos profesores de la Universidad habían venido con sus familias. Las esposas masculinas y los hijos, con blancos velos, coronados de flores y exhalando perfumes, ocupaban los asientos.

Poco después llegaron a lo más encumbrado, dando vista a Zarzalejo. Desde aquel sitio elevado se divisaba la gran llanura ondulante que se extiende delante del Escorial. Monte bajo, mieses, rocas peladas, todo formaba un conjunto armónico debajo del hermoso sol radiante que descendía ya majestuosamente escoltado de nubes rojas.

Aquella extensión de hermosura que contemplé me ha dejado anonadado: era una cosa serena y majestuosamente inclinada hacia como para recibirme. Yo veía el Universo entero corriendo hacia y estaba sobrecogido y temeroso.... El cielo era un gran vacío atento, no lo expreso bien... era el aspecto de una cosa extraordinariamente dotada de expresión.

La egregia protectora de las letras y las artes dio la señal y descendió gravemente de su trono: pidió el brazo a Mario y salió majestuosamente de la estancia seguida de sus adeptos. Tocoles un buen sitio a aquél y a su esposa para ver la comedia, que era del género llorón; mas apenas lograron fijarse en ella, preocupados con el descubrimiento que habían hecho.

Una estela de luz corrió vivamente sobre ellas inflamándolas. El lucero divino recogió sus rayos con galantería, ante la luz serena de la diosa que empezó a levantarse lenta y majestuosamente, eclipsando los diamantes de todos tamaños que en torno suyo lucían.

El alférez dijo, a su vez: ¡per Baco: la gallarda!, y, tomando la mano de Beatriz, interpuso entre sus dedos y los de ella un pañizuelo perfumado. Dieron cinco pasos y después los perdieron. Los instrumentos sonaban con anticuada languidez y el lucido soldado conducía majestuosamente a la niña con la pompa señoril de aquella danza de los abuelos.

Hasta los veintidós años había tenido la cabeza en su postura natural; pero desde esta época, en que le nombraron vicepresidente de la sección de derecho civil y canónico en la Academia de Jurisprudencia, había comenzado a levantarla lenta y majestuosamente como la luna sobre el mar en el escenario del teatro Real, esto es, a cortos e imperceptibles tironcitos de cordel.

Y es que no hay nada que desanime a los héroes tanto como las cárceles celulares. Llamaron inmediatamente a D. Peregrín Casanova, el cual, al revés de lo que le había sucedido a su amigo, entró majestuosamente en el salón, resoplando y balanceándose como un vapor que atraca al muelle.

Entraba majestuosamente, como gran sacerdote que va a oficiar de pontifical, saludaba con distracción, hablaba con misterio, tenía ¡oh! y ¡ah! en abundante provisión, para servirlos de comentario a lo que escuchaba, pasando así por hombre que sabía muchas cosas, a quien sus altas vinculaciones impiden ser explícito... Había engrosado hasta el punto de parecer obeso; se teñía la barba y llevaba pelada la coronilla; pero su aire era siempre el mismo: diríase que estaba más hinchado de orgullo, que de grasa.

Obdulia comprimió un chillido de mal género. Doña Petronila, extática, con la boca abierta, exclamó por lo bajo: ¡Qué hombre! ¡Qué lumbrera! Sin gran esfuerzo aparente, con soltura y gracia, el Magistral suspendió en sus brazos el columpio, que libre de su prisión y contenido en su descenso por la fuerza misma que lo levantara, bajó majestuosamente.