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Actualizado: 4 de mayo de 2025
¡Poderoso preludio de la Naturaleza que, en esa economía de sustancia y de materia, con nada comienza á crear tan majestuosamente! ¡Sublime abertura!
El mancebo de los pantalones cortos, tan pronto como se acercó la niña, habíase retirado majestuosamente, proyectando con su nariz en las paredes una sombra gigantesca. ¡Ah! ¿Una habitación? Venga usted conmigo... Felicia, Felicia, ven a recoger la maleta de este caballero... Por aquí...
Se acercó lenta y majestuosamente a él, le puso la mano en el hombro e inclinándose para acercar la boca a su oído le dijo en voz baja: Hace usted bien en no avergonzarse de nada de eso, porque yo, señor conde, le quiero a usted tanto por lo menos como usted a mí. Quiso volverse loco.
Majestuosamente sentado sobre sus cuatro remos, el perrazo negro presenciaba con atención solemne aquel acto, retratando en sus pupilas de endrina la llama movible que se comía, sin hartarse, las páginas del ignorado drama. Cuando la llama se extinguía, lamiendo las últimas cenizas, Saúl bostezó con soberano fastidio. Y no hubo más.
Sonó una risa femenil, ruidosa, petulante, en la que se adivinaba un deseo de hacer volver las cabezas. Ascendió por la escalera un vestido de color de sangre, y detrás de su cola, majestuosamente suelta, varios fracs parecían correr para alcanzarlo y dominarlo.
Cortando la escena de temores y aspavientos, Juanillo ordenó terminantemente: ¡Esta noche quiero que me sirvan, muy bien asados, los cuatro cisnes y el ganso! ¿Comprenden? ¡No admitiré disculpas! Y se retiró majestuosamente, ante un público boquiabierto y aterrorizado...
Por la tarde volvían á hallarlas en el Perejil, y allí, viendo al sol hundirse majestuosamente en el Océano entre rojizos resplandores, su amor se hacía reservado y melancólico. El horizonte se desplegaba como una visión de oro. El mar bebía la irradiación del cielo.
Arrancó el tren y comenzó majestuosamente a separarse de la estación, y mi compañero de viaje seguía gritando a la ventanilla: ¡Puig! ¡Puig! Al fin se dejó caer rendido en el asiento, con la consternación pintada en el semblante. ¡Válgame Dios! ¡Válgame Dios! ¡Pobre señor!... Y principió a hacer comentarios tristísimos acerca de aquel lance desgraciado.
El postrer rayo del crepúsculo, que serpenteó hasta el cenit, reflejose en los ojos de la maestra con algo de su gloria, fluctuó y apagose desapareciendo en el ocaso. El sol se había puesto en Red-Gulch. En el crepúsculo y silencio la voz de doña María sonó majestuosamente. Me llevaré al niño; envíemelo esta noche.
Murmuraba el río batiendo los cristales de sus aguas contra los pedruscos que interceptaban el camino; reían las fuentes discretamente bajo su emparrado de avellanos; saltaban los chotos en la pradera de esmeralda; las altas montañas se desembarazaban majestuosamente de su cendal y exponían la blanca cabeza al sol para que la derritiese.
Palabra del Dia
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