United States or Eswatini ? Vote for the TOP Country of the Week !


Descubrió ufana su almohadilla alzando un pañizuelo que velaba parte de labor terminada ya, y viose una afiligranada crestería, un alicatado de hilo, donde el menudo dibujo se desplegaba en estrellitas microscópicas, en finos rombos, en exquisitos rectángulos, todo ello unido con arte y gracia formando primorosa orla. Amparo aprobó. Está muy bonito dijo.

Algunos días le acompañé en el oficio, y le aprendí de manera, que no daría ventaja en echar las bulas al que más presumiese en ello; pero habiéndome un día aficionado más al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abracé con un talego, y di conmigo y con él en Madrid, donde, con las comodidades que allí de ordinario se ofrecen, en pocos días saqué las entrañas al talego, y le dejé con más dobleces que pañizuelo de desposado.

En resolución, los que subieron se dieron tan buena maña que en un momento bajaron con Agi Morato, trayéndole atadas las manos y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazándole que el hablarla le había de costar la vida. Cuando su hija le vio, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos.

Los convidados se quedaban a la puerta de la casa, y avanzaba la Teodora con el rico pañizuelo en la mano, grave y cejijunta como una sacerdotisa. Entraban con ella los padres de los novios, los individuos más ancianos de las dos familias, y luego de cerrada la puerta, tendíase la muchacha en una colchoneta, con su corona y su banda.

Alguien aseguró después que, hasta que de vista se perdieron, doña Mencía estuvo en el balcón de su estancia, que se elevaba sobre el muro, y desde donde se oteaba el circunstante paisaje, mirando a los que partían, y dando al mancebo cautivo un postrer adiós con el blanco pañizuelo de holanda que hacía ondear su diestra, cuando no se le llevaba a los ojos para enjugarse el llanto delator que los humedecía.

Estaba con el semblante encendido y, mientras el mancebo le contaba, por fin, la historia de sus amores con la morisca, don Antonio, entrecerrando los ojos, arrimaba de tiempo en tiempo su pañizuelo a la canilla de un barrilillo de ámbar, colocado a su derecha, sobre un taburete de taracea.

Callose un instante, y el niño, viéndola llevarse a los ojos el estrujado pañizuelo, soltó al punto la espada, y corriendo hacia ella, ¿Por esto lloráis? la preguntó. No, hijo mío repuso la madre, dominada por la congoja. Conduéleme una nueva triste por demás. Ya no volveremos a ver a la Madre Teresa de Ahumada... Entró en el gozo del Señor, como una santa, antiyer, en Alba de Tormes.

Y, ya que hubo acabado la misa y echada la bendición, tomóla con un pañizuelo, bien envuelta la cruz en la mano derecha y en la otra la bula, y ansí se bajó hasta la postrera grada del altar, adonde hizo que besaba la cruz, e hizo señal que viniesen adorar la cruz. Y ansí vinieron los alcaldes los primeros y los más ancianos del lugar, viniendo uno a uno como se usa.

Era la tal persona ni alta ni baja, airosa, aunque parecía pretender apariencias de desgarbo y desmayo, y más años de los que pesaban sobre sus huesos; era su traje negro de tercianela, con botones dorados en la ropilla, gorguera larga de puntas lacias, peluca rubia de guedejas desmadejadas, pañizuelo blanco y rosario con medallas pendientes de la pretina, medias calzas negras, zapatos con grandes lazos, y gorra asimismo de tercianela; un rodrigón, en fin, en el traje, pero sólo en la apariencia, que quería ser de viejo, sin conseguirlo; que el vigor de la juventud se patentiza a mismo, por mucho que quiera encubrírsele, y no eran aquellas redondas, carnosas, finas y bien contornadas piernas de sexagenario, ni aquellos pies diminutos, a despecho de los gruesos zapatones; ni casaban bien con aquella frente despejada, serena y tersa, las descomunales narices bermejas y ásperas que bajo ella nacían: a disfraz trascendía todo el pergeño del rodrigón, y por mujer bella y joven, que para algo que la importaba habíase disfrazado, túvola Cervantes; y como ella creciese en la atención con que le miraba, pasando sus ojos de él a Margarita y de Margarita a él, en más cuidado se puso, y acabó por convencerse de que el fingido rodrigón no era otra cosa que una muy apuesta y gentil moza, que en vano con todos aquellos trebejos y nariz postiza había cargado, y antojósele que tal vez aquello tenía que ver algo, y aun mucho, con su adorada doña Guiomar; y no se engañaba, porque el rodrigón fingido no era sino Florela, que con las ropas del rodrigón García había procurado encubrirse, añadiendo unas narices de pasta que en otro tiempo había usado ella para una mogiganga, y que había guardado.

Siguiolos Cervantes, y con él algunos de los piadosos fieles, y vio que el entierro se entraba por las puertas del cementerio, y entrándose él también, pasando por entre las tumbas sobre el césped sembrado de blancos huesos, que gran descuido había entonces en los cementerios, llegó con las otras personas caritativas a un negro rincón en la umbría, donde una profunda sepultura se veía abierta; y allí pareció de nuevo el sacerdote, y asistían los sepultureros, y se cantó el último responso, y quitada la difunta del medio ataúd, lo que decía harto claro la gran pobreza de la mujer superviviente, que hasta el borde de la hoya había llegado, en ella fue puesta por los cofrades; y acreciendo entonces los ayes dolorosos de la mujer, dio a los hermanos un pañizuelo para que sobre el rostro de la finada le pusiesen, y habiéndola dado la pala con algo de tierra, un sepulturero, la arrojó sobre el cadáver temblorosa, y en el mismo punto de las desfallecidas manos fuésele la pala, y dando una gran voz de dolor desmayose, y por tierra cayera, si Cervantes, que como a impulso de un poder incontrastable se había llegado, en sus brazos no la sostuviera.