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12 Y si alguno prevaleciere contra uno, dos estarán contra él; y cordón de tres dobleces no presto se rompe. 13 Mejor es el niño pobre y sabio, que el rey viejo y loco que no puede ser avisado. 14 Porque de la cárcel salió para reinar; aunque en su reino nació pobre. 16 No tiene fin todo el pueblo que fue antes de ellos; tampoco los que vendrán después estarán con él contentos.

Para todas ellas, obligadas á ir varias veces al día con un cántaro á cuestas de su vivienda al río, el carro del tonel representaba el más inaudito de los lujos. ¡Un baño diario en aquel país, donde el menor soplo de viento levantaba columnas de tierra suelta, tan enormes y violentas, que obligaban á encorvarse para resistir mejor su empuje!... Como muchas de estas mujeres llevaban aún en sus cabelleras y en los dobleces de sus ropas el polvo de semanas antes, las enfurecía tal derroche de agua, como una injusticia social.

El reloj de la historia señaló con campanada, no por todos oída, su última hora, y realizose en España uno de los principales dobleces del tiempo. Atención, que van a leer el papelito. D. Manuel Luxán leyó. ¿Se ha enterado usted, amiga doña Flora? ¿Acaso soy sorda? Ha dicho que en las Cortes reside la <i>Soberanía de la Nación</i>. Y que reconocen, proclaman y juran por rey a Fernando VII...

Encima de estos muebles se veían roperos sin ropa, jaulas sin pájaros, y arrinconado en la pared, un biombo de cuatro dobleces, mueble que, entre los demás, tenía no qué de alborozado y juvenil.

A don Alejandro Bermúdez, que había ido con Nieves a misa primera, le entregaron su correspondiente ejemplar a la salida de la Colegiata, ahorrándose el repartidor una subida a Peleches. Allí mismo se repartieron otros muchos ejemplares de los destinados «a la masa». Don Alejandro, después de mirar el papel con más indiferencia que curiosidad, le plegó en tres dobleces y le guardó en el bolsillo. Nieves, entre tanto, echaba una ojeada a la botica, en cuyo fondo solamente vio al mancebo con los brazos en alto y una botella en cada mano, trasegando líquido de una a otra. Ni señal de Leto ni de su padre.

Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo.

La luna alumbraba bastante, y la sombra del patriarca subía delante de él quebrándose en los peldaños y haciendo como unos dobleces que saltaban de escalón en escalón. El perro iba a su lado. No teniendo D. Francisco otro ser a quien fiar los pensamientos que abrumaban su cerebro, dijo así: Choto, ¿qué sucederá? El doctor Celipín

Pero la solicitaban hacia fuera la juventud, el ansia de existir que estimula a todo organismo, la ciencia del gran higienista Juncal, y particularmente una manita pequeña, coloradilla, blanda, un puñito cerrado que asomaba entre los encajes de una chambra y los dobleces de un mantón.

Confesaba que Gloria tenía un corazón honrado, era una mujer sin dobleces y que me amaba de todas veras; pero... su carácter ligero seguía inspirándome algún temor. «Hoy me quiere; convenido me decía . Sería capaz de hacer por mi amor cualquier sacrificio.

Aquel monton de carne está allí entre los pliegues de su vestido, como un trapo que se tira al suelo, y que contrae los dobleces á que le obliga su gravedad. Realmente, aquel muerto parece un giron lanzado á la tierra; un giron perdido entre sus mismos pliegues. Allá un árbol seco, allá una piedra negra; el hombre está en medio, está muerto y solo.