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Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pintar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito de la parte de los dobleces.

Al despedirse, deslizó en mi mano un papel en muchos dobleces, que yo guardé con ansiedad de avaro, para entretener lo más triste de mis incurables desvelos, con el regalo de su contenido, fuera el que fuese, aunque casi le adivinaba. »Llegó la hora, y desplegué la carta temblándome las manos. Era muy extensa, y estaba escrita en un papel muy tenue y con la letra muy apretada.

¿Y ese valor, y el pequeño? preguntó alzando la sábana y la manta y sacando del tibio rincón donde yacía, un bulto, un paquete, un pañuelo de lana, entre cuyos dobleces se columbraba una carita microscópica amoratada, unos ojuelos cerrados, unas faccioncillas peregrinamente serias, con la seriedad cómica de los recién nacidos.

Tomaba extrañas e increíbles posturas. A veces las piernas en cruz subían por un tablero próximo hasta mucho más arriba de donde estaba la cabeza; a veces una de ellas se metía dentro de la estantería baja por entre dos garrafas de drogas. En los dobleces del cuerpo, las rodillas juntábanse a ratos con el pecho, y una de las manos servía de almohada a la nuca.

Patarata replicó un entendido naturalista desde los escaños de los taalebs o núdicos en donde estaba sentado hechas sus piernas tres dobleces . Tal caso debe explicarse por causas naturales enteramente. ¿A qué acudir a móviles ridículos por lejanos, si el misterio por mismo se revela?

Gillespie se irguió al escuchar esta terrible noticia. ¿Era posible que miss Margaret pudiese morir?... La vió tendida entre dos dobleces del paño de su chaqueta, con la cabeza sobre una arruga que había preparado y mullido su amante para que la sirviese de almohada. Estaba más blanca que el día anterior, como si hubiese perdido toda la sangre de su cuerpo.

La mujer de las clases populares no tiene tampoco traje característico; pero su toilette de gala, aunque poco singular, es bastante graciosa: zapato bajo, negro ó color claro; media blanca: vestido entero de percal, casi rayando con el suelo, adornado con uno ó más volantes de la misma tela; pequeño delantal negro; un pañolillo de vivos colores, cruzado sobre el pecho, dejando adivinar todas las primorosas líneas del talle; y, finalmente, otro pañuelo de seda, llamado de la India, también muy vistoso, doblado diagonalmente, prendido sobre la cabeza con un alfiler y atado debajo de la barba..... Este tocado, merced á ciertos picarescos fruncidos y dobleces, llega á dar al óvalo del rostro un carácter confuso, entre monjil y judaico, de irresistible coquetería....., cuando la interesada es interesante.

La sencillez de su trato, la dulzura de sus palabras, aquella sonrisa espontánea, reflejo de un carácter recto, transparente y sin dobleces, cautivaban á unos hombres habituados á la voz imperiosa de los contramaestres y á las respuestas altivas de los escribientes de la dirección. Vivía como un obrero en una casa del Desierto.

Instintivamente palpé el espesor de las ropas de mi cama; y aunque era muy considerable, retiré la colcha de damasco rojo y puse en su lugar mi pesada manta de viaje en dos dobleces. Sentía los pies helados, y me calcé unas zapatillas forradas de piel; y no me envolví el cuerpo en un abrigo ruso de que iba provisto, porque estaba resuelto a darme otro chamuscón en la cocina inmediatamente.

Algunos días le acompañé en el oficio, y le aprendí de manera, que no daría ventaja en echar las bulas al que más presumiese en ello; pero habiéndome un día aficionado más al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abracé con un talego, y di conmigo y con él en Madrid, donde, con las comodidades que allí de ordinario se ofrecen, en pocos días saqué las entrañas al talego, y le dejé con más dobleces que pañizuelo de desposado.