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A pesar de su alta razón, no podía menos de sentir un poco de esa curiosidad sembrada por la serpiente en el alma de Eva y que la más perfecta de sus nietas no consigue ahogar completamente. En esta disposición de ánimo completamente favorable colocó su manita enguantada en el brazo del joven agregado, mientras Neris ofrecía el suyo a la señora de Raynal.

Tomándola el cristal, echola encima un manto y trájola con presteza la estufilla de martas, donde Beatriz introdujo una y otra manita, remedando el empaque de las señoras.

Por ejemplo: abría los ojos con travesura incomparable; estornudaba con redomada picardía; apretaba con su manita el dedo de cualquiera, tan fuerte, que se requería el vigor de un Hércules para desasirse; y aún hacía otros donaires, mejores para callados que para archivados por la crónica.

Pero la solicitaban hacia fuera la juventud, el ansia de existir que estimula a todo organismo, la ciencia del gran higienista Juncal, y particularmente una manita pequeña, coloradilla, blanda, un puñito cerrado que asomaba entre los encajes de una chambra y los dobleces de un mantón.

Don Alonso amaba a Beatriz con amor ciego y tolerante de padre mundano. La educación que él la diera no había consistido sino en ceder a todos sus antojos, en seguir embobado todos los sesgos de su veleidoso espiritillo. Una caricia de aquella manita diablesca, un oportuno gimoteo, bastaban para que el ruego más descabellado le pareciese al hidalgo la más razonable exigencia.

Oíale todo esto el rey Buby embobado, extendiendo de cuándo en cuándo maquinalmente la manita, para cogerle por el rabo. Mas Ratón Pérez, con una oscilación rápida y ceremoniosa, ponía el rabo de la otra parte, burlando así el intento del niño, sin faltar en nada al respeto debido al Monarca.

¡Cómo duerme! ¡Chist!... ¡Silencio! no se despierte mi niño. ¡Qué hermoso está! Se sonríe con un gesto tan tranquilo... Revueltos sobre la frente de su cabello los rizos, descubierta la garganta, cuyo cútis cristalino dibujan de azul las venas y hacen mover los latidos, su blanca manita oculta por el redondo carrillo... todo en él es inocencia, parece un ángel bendito.

Se levantó rígido, tieso como un muerto, pareciendo que se alargaba su estatura hasta crecer la mitad... Allí..., allí..., allá lejos, a veinte brazas de aquella roca se agitaba el agua un poco, se formaba un remolino, aparecía un punto negro... , , no había duda... ¡Jesucristo!... ¡Una manita crispada que se alza pidiendo socorro!...

¿Se habían modificado sus ideas en el curso de aquel paseo sentimental? ¿Ponía ya a un lado sus prejuicios? ¿Había pasado la barrera de los vanos escrúpulos? ¿Se iba a declarar pretendiente de aquella manita demasiado llena de oro? No, seguramente. Entonces... ¡Bah! ¿Qué importaba? ¡Qué tonta es la señora Razón congelada en sus principios e incapaz de comprender... lo incomprensible!

En vano quería evadirse de su propia tristeza para participar de la alegría de la querida niña cuya dicha era su obra. En vano se esforzaba por olvidar sus velos de luto por aquel velo de desposada vislumbrado hacía un momento en la portezuela del coche, en el que se agitaba una manita blanca.