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El reloj de la historia señaló con campanada, no por todos oída, su última hora, y realizose en España uno de los principales dobleces del tiempo. Atención, que van a leer el papelito. D. Manuel Luxán leyó. ¿Se ha enterado usted, amiga doña Flora? ¿Acaso soy sorda? Ha dicho que en las Cortes reside la <i>Soberanía de la Nación</i>. Y que reconocen, proclaman y juran por rey a Fernando VII...

Su primera campanada produce en mi organismo una sacudida magnética, creyendo percibir en su monótono tañir la voz querida de la mujer amada.

He aquí dos o tres seres humanos que viven en un caserón oscuro, que van enlutados, que tienen las puertas y las ventanas cerradas, que mantienen vivas continuamente unas candelicas ante unos santos, que rezan a cada campanada que da el reloj, que se acuerdan a cada momento de sus difuntos. Ya en esta pendiente se desciende fácilmente hasta lo último. Lo último es la muerte.

Que se arregle o deje de arreglar, no es motivo suficiente para que demos la campanada de irnos a la estancia ahora, a pasar fríos, y aburrirnos. Lo primero que dirán todos es que papá se ha fundido, y que nos vamos al campo a economizar, y no hay cosa peor que dar pie a habladurías.

Sería desesperante y ridículo que sólo viniese para que tuviéramos una escena romántica... con lágrimasEl reloj marca las tres en punto, la máquina produce un quejido metálico y el timbre suena pausadamente. ¡Qué espacio tan largo entre una y otra campanada! Hasta los objetos parece que aguardan impacientes.

Esa familia creeria que iba á dar una campanada de buen tono en el mundo, que iba á inmortalizarse con un escándalo de alta escuela, y no sabe que un escritor oscuro y desgraciado le tiene lástima. ¡Cuánto más valdria que los miles de duros dilapidados en ese festin, se hubieran empleado en enjugar las lágrimas que circundarán aquella fastuosa vivienda, lágrimas que habrán visto aquel convite con espanto!

Velázquez, aunque con menos fe que en las cartas, aprendió la oración. La dirás al sonar la primera campanada de las doce, en camisa y descalzo. Luego te meterás en la cama y escucharás con atención. Si oyes un burro rebuznar ó ladrar á un perro es de mal agüero; pero si oyes el ruido de una puerta ó el canto de un gallo, entonces, ¡alégrate, corazón! tus ducas se acabaron.

Los oficiales del consejo, comprendiendo que aquello era dar una campanada sin resultado alguno, se lo hicieron presente al gobernador en voz baja, y éste un poco calmado también lo comprendió. Tienen ustedes razón dijo en voz alta . Todas las noticias que esta chica puede dar las conocemos nosotros, y algunas más.

Apenas sonó la última campanada, se acercó el abad á una mesa y tocó el timbre que servía para llamar al hermano lego de servicio, al cual preguntó en el dialecto anglo-francés usado en los monasterios ingleses durante casi todo el siglo catorce: ¿Han llegado los hermanos?

Y entonces el viejo a quien yo he preguntado mueve la cabeza con su gesto característico y replica filosóficamente: Lo mismo da patacón que diez céntimos. Cantan a lo lejos los gallos. De pronto vibra en los aires una campanada, larga, grave, sonora, melodiosa; y luego, al cabo de un momento, espaciada, otra, y después otra, otra, otra... Esto es a agonía dice una vieja.