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Al Micuren diò Dios una bolsilla Por medio de los pechos, en que encierra Siete ù ocho hijuelos: si seguilla Procura otro animal, le hace guerra A quien le sigue; y guarda su cuadrilla Como suele hacer la brava perra: Y en viendose de mal libre y de duelos, Abre la bolsa y salen los hijuelos.

Cortado entró la suya en el seno, y sacó una bolsilla, que mostraba haber sido de ámbar en los pasados tiempos; venía algo hinchada, y dijo: Con ésta me pagó su reverencia del estudiante, y con dos cuartos; mas tomadla vos, Rincón, por lo que puede suceder.

Pues ¿cómo dijo Monipodio no se me ha manifestado una bolsilla de ámbar que esta mañana en aquel paraje dio al traste con quince escudos de oro y dos reales de a dos y no cuántos cuartos? Verdad es dijo la guía que hoy faltó esa bolsa; pero yo no la he tomado, ni puedo imaginar quién la tomase.

Sacó el mozo una bolsilla de brocado, donde dijo que iban cien escudos de oro, y dióselos a la vieja; pero no quería Preciosa que los tomaste en ninguna manera; a quien la gitana dijo: Calla, niña; que la mejor señal que este señor ha dado de estar rendido es haber entregado las armas en señal de rendimiento; y el dar, en cualquiera ocasión que sea, siempre fué indicio de generoso pecho.

Muy extraño era, pero estas mismas palabras me las había dicho dos años antes, estando sentado delante del fuego en nuestras habitaciones de la calle Great Russell, al hacerle yo alusión a su maravillosa suerte. Estaba muerto, y una de dos, o había cumplido su amenaza de destruir toda prueba de su secreto, encerrado en la usada bolsilla de gamuza, o le había sido hábilmente robado.

Porque una mañana, levantándose el triste en camisa, subió a lo alto de la casa a hacer sus menesteres, y en tanto yo, por salir de sospecha, desenvolvíle el jubón y las calzas que a la cabecera dejó, y hallé una bolsilla de terciopelo raso hecho cien dobleces y sin maldita la blanca ni señal que la hobiese tenido mucho tiempo.

-Con todo eso -dijo Sancho- que vuesa merced me ha dicho, no es bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte docientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como píctima y confortativo la llevo puesta sobre el corazón, para lo que se ofreciere; que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.