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También Manuel, el ayuda de cámara, tenía quejas no menos serias del vizconde extranjero. Solía éste darle unas «latas» formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanías, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas señoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes decía haberse enamoriscado en su juventud.

Los he visto pelear en campo abierto y encerrados en sus fortalezas, en asaltos, emboscadas, salidas, sorpresas nocturnas, duelos, justas y torneos; y puedo aseguraros, muchachos, que tienen el corazón valiente y el brazo duro.

En punto á duelos, sólo conocía los del boxeo; pero se confiaba á la pericia del coronel y apoyaría cuanto dijese... Inmediatamente había vuelto á su mesa. Miguel dió sus instrucciones á Toledo. Un encuentro en condiciones duras, como aquellos que él había presenciado en Rusia. No podía ser menos: había recibido una bofetada.

Hizo un esfuerzo el coronel para contener su sorpresa... que había visto más de cien duelos; pero era en las obras dramáticas, sobre las tablas, entre cómicos, que dan á los preparativos del encuentro una lentitud ceremoniosa para prolongar la ansiedad del público. Debió adivinarlo al oir sus disparates. ¡Cómo se había burlado de él!...

Ni la pintura de almas ni una existencia accidentada llena de amoríos costosos y duelos complicados proporcionaron al joven Desnoyers su renombre. La gloria le tomó por los pies. Un nuevo placer había venido del otro lado de los mares, para felicidad de los humanos.

Sevilla entera recordaba todavía sus aventuras galantes, sus orgías, sus duelos singulares y temerosos, la barbarie inconcebible de algunos actos ejecutados en el frenesí de la embriaguez. Saludó con amabilidad caballeresca, no exenta de protección, a todo el mundo, y se llevó a su hija. En pos de él nos marchamos todos. Las de Anguita salieron hasta el medio de la calle a despedir a sus amigas.

El oficinista, al que apodaba «tinterillo» el estanciero, siguió fumando con la calma de un oriental que considera conveniente excitar la curiosidad de su interlocutor antes de emprender la conversación. Usted, don Carlos dijo al fin , fué en su juventud hombre de armas. Me han contado que cuando vivía en Buenos Aires tuvo varios duelos por asuntos de hembras.

Efectivamente, al prohibir los duelos en distintas épocas, no se ha hecho más que lo que haría un jardinero que tirase la fruta queriendo acabarla; el árbol en pie todos los años volvería a darle nueva tarea.

Se los imaginó tal como debían ser antes del momento de su muerte, tal como él los había visto en los avances de la invasión en torno de su castillo. Algunos de ellos, los más ilustrados y temibles, ostentaban en el rostro las teatrales cicatrices de los duelos universitarios.

Además, el belga no cejaba en su guerrera tenacidad. Un joven argentino iba desde el día anterior detrás de Maltrana, participando con cierta admiración en sus preparativos, ayudándole en la busca de las armas, consultando a los camaradas que conocían los alrededores de Río Janeiro para escoger el lugar del combate. Nunca había presenciado duelos, y mostraba gran interés por ver uno de cerca.