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Yo penetré el movimiento de los hombres en sus calles estrechas, las pasiones que encierran los palacios y los conventillos, los intereses que se juegan diariamente desde la Bolsa a los mercados, y, nacido en las más humildes esferas, ascendí peldaño a peldaño la larga escala social, tendida entre el humilde vigilante, que, parado en una esquina, expuesto a las inclemencias del tiempo, ignora todo lo que no se relacione con el pequeño radio puesto a su cuidado, y apenas sospecha los sucesos de más volumen que ocurren fuera de su parada y la vida turbulenta y accidentada de los hombres de mundo.

Una de las orillas de esta ría es rocosa, accidentada; la otra es un fangal negruzco. Sobre este fangal, desde hace años, según algunos, siglos, está instalado un astillero. Antes, en él se construían fragatas y bergantines; hoy sólo se hacen lanchas y alguna goletilla de poco tonelaje. El actual dueño del astillero es Shempelar.

Mucho la cohibía el temor de no saber usar términos en consonancia con los que emplearía la confesora, pues en todas las ocasiones difíciles recobraba su popular rudeza, y se le iban de la memoria las pocas enseñanzas de lenguaje y modales que había recibido en su corta y accidentada vida de señora.

Mientras tanto, la señora de Ponce recogía excitada sus joyas y hacía su maleta, como ya otra vez la había hecho en el transcurso de su accidentada existencia.

Por último desciende hácia el sud-este, y se dilata en una planicie ligeramente accidentada, entre el Ródano, el valle del Arve y las colinas del oriente que se desprenden de los contrafuertes saboyardos.

La accidentada navegación con los piratas fue la última y más penosa aventura de don Alonso. Autoritario y duro, quiso tomar el mando apenas se vio sobre la cubierta del buque, imponiendo su disciplina a Talavera y sus bandidos. Pero éstos se sublevaron contra él y lo metieron en la cala cargado de cadenas. A pesar de esto, el prisionero no cesó en su brava actitud, asegurando que había de ahorcarlos a todos apenas llegasen a tierra. Y tanto era su prestigio, que no se atrevieron a hacer nada contra él. Muchas veces le pedían consejo, por la experiencia que había adquirido en las cosas de la navegación, y le sacaban de su encierro para que dirigiese la nave. Acabaron por abandonar ésta en las costas de Cuba, y marcharon después meses y meses por la isla todavía inexplorada, deseosos de aproximarse a Santo Domingo, pero sin saber ciertamente adónde iban, sumiéndose en ciénagas, combatiendo a los indígenas o transigiendo con ellos, atormentados por el hambre, que mataba a muchos. En esta marcha desesperada, el cautivo Ojeda se veía elevado por sus guardianes al rango de jefe cada vez que había que combatir a un grupo indígena, tratar con un cacique benévolo u orientarse en el desierto de barrizales temblorosos que se tragaban a los hombres.

El horizonte circular que se abarcaba desde aquel punto culminante de la costa, aun sin apartarse del pie de la torre, ofrecía una grandiosa sorpresa en una zona tan pobremente accidentada que no presenta casi en ninguna porción de ella ni contornos ni perspectivas. Recuerdo que un día Magdalena y el señor De Nièvres quisieron subir a lo alto del faro. Hacía viento.

Entonces... el marqués de Moraima, que estaba en un palco, se vio, sin saber cómo, detrás de la barrera, entre los mozos, que corrían con la agitación de la accidentada lidia, y cerca del maestro, que preparaba su muleta con cierta calma, como queriendo retardar el momento de verse frente a frente con un animal de tanto poder. «¡Coronel!», gritó el marqués sacando medio cuerpo fuera de la barrera y golpeando las tablas con las manos.

El intrépido explorador que ha seguido su curso desde su nacimiento hasta la superficie menos accidentada del valle, ha visto, durante su largo descenso, en muchas partes peligroso, las más bruscas desigualdades del terreno, con sus inesperadas diferencias de inclinación: á los rellanos en donde el agua parece estancada, suceden repentinamente los precipicios perpendiculares donde el arroyo se arroja furioso; abismos, declives más ó menos rápidos, superficies horizontales, aparecen sin orden aparente á primera vista; y, sin embargo, cuando el geógrafo, sin hacer caso de detalles, calcula y traza sobre el papel la curva descrita por el arroyo desde la fuente situada en la región de los pastos hasta el valle frondoso, se ve que esta curva es de una regularidad casi perfecta.

Conocían también, palmo a palmo, las veredas que van por las vertientes del monte Larrun y no había misterios para ellos hacia el lado Este de Navarra en esas praderas altas, metidas entre los bosques de Irati y de Ori. La vida de Capistun y Martín era accidentada y peligrosa. Para Martín, la consigna del viejo Tellagorri era la norma de su vida.