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¡Ah! dijo Stein , el Santo Arcángel y la bendita Virgen, cuyos nombres lleváis, aquella que es la salud de los enfermos, la consoladora de los afligidos, y el socorro de los cristianos, os pague el bien que me habéis hecho. ¡Habla español exclamó alborozada la tía María , y es cristiano, y sabe las letanías!

Los dignatarios, resplandecientes de joyas y de veneras, ocupaban los escaños del centro. El canto de las letanías seguía resonando bajo las bóvedas, potente, monótono, sublime. Por fin los diáconos aparecen recubiertos de blancas vestiduras.

Y lo peor era que los citados religiosos decian no eran obligados á guardar los entredichos que esta iglesia matriz conserva y guarda, en cuyo menosprecio admitian los descomulgados que ella repelia, á la suya y á los divinos oficios, por lo que, y para que no fuese adelante su osadía, deliberó el cabildo que sus capitulares se apartasen de la conversacion y trato con dichos religiosos, y que la procesion general que el cabildo hacia el dia 1.º de las letanías en S. Pablo, se hiciese de allí adelante en la iglesia de S. Pedro; ni menos vaya el cabildo en procesion á dicho convento ni á sus religiosos se les encomiende sermon alguno así de tabla como de otros.

Haz que mamá y Leo canten letanías, fervorines, gozos, salves, todo el repertorio de la música celestial; que recen hasta repetir maquinalmente lo que les enseñes: sólo te ruego que la devoción no robe amparo ni cariño a mi padre, y que no alecciones a la chica en cosas que ignora. ¿No ha de huir el peligro?

Haciendo, pues, labrar una grande cruz, se fué con ella en procesión á la plaza, en donde la colocó en el mejor lugar por trofeo de la victoria, y en señal de la posesión que Cristo y su santa ley tomaban aquel día de los Quiriquicas; y los cristianos entonaron las letanías á dos coros de música, lo que á los bárbaros, que nunca hasta entonces habían oído harmonía de buen concierto, les pareció cosa del cielo, y estaban como absortos oyéndola.

Hincose, y pidió un libro de horas para confesarse con fray Antonio. Ramiro, colocado muy cerca, escuchó las palabras del Miserere, del Credo, de las Letanías. Lloviznaba. La plaza estaba repleta de muchedumbre. Algunos curiosos habían logrado encaramarse a los tejados, hacia la parte del poniente. Por fin el verdugo se acercó a decir que ya era tiempo.

Encontraban un fondo de distinción en la vieja liturgia de la Iglesia, y titulaban sus poesías microscópicas Salmos, Letanías o Novenarios.

Su devoción había vuelto, no a renacer, pues no muriera nunca, pero a reavivarse y encenderse. A medida que se acercaba la hora crítica para Nucha, el capellán permanecía más tiempo de rodillas dando gracias al terminar la misa; prolongaba más las letanías y el rosario; ponía más alma y fervor en el cuotidiano rezo.

Asistía con él todos los días a la misa de alba en las parroquias de San Juan o Santo Domingo; le habituaba a las oraciones difíciles que ofuscaban su mente, y a las interminables letanías que hacían retorcer de impotencia al Demonio. Diole, además, para su uso, un rosario de quince misterios, como el que llevaban los monjes.

También Manuel, el ayuda de cámara, tenía quejas no menos serias del vizconde extranjero. Solía éste darle unas «latas» formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanías, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas señoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes decía haberse enamoriscado en su juventud.