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Mi mujer se habia quedado algo detrás, mientras que una ramera que estaba de acecho en la calle de Montmorency se dirigió hácia como una exhalacion, volcánicamente, y me dijo con la mayor dulzura: voulez-vous venir avec moi? ¿Quiere usted venirse conmigo? Mi mujer asomaba en este instante. Yo contesté á mi invasora: parlez avec madame s'il vous plaît.

Sus aficiones le dirigían al paisaje; no había pintado más retratos que el de la duquesa de Montmorency y el de una de las infantitas de España; pero ahora sentía un vivo deseo, un capricho más bien, de retratar a Venturita tal cual la había visto por primera vez, con aquel traje azul marino descotado. La joven sintióse profundamente lisonjeada.

Siempre la gallina del vecino nos parece una pava, y bostezar en compañía de los Montmorency y los Rohan no deja de tener cierto encanto, aun para los que suelen unir sus bostezos a los de los Osunas y los Medinacelis.

Y, dicho sea de paso, habéis de saber que, si yo creyese en la metempsicosis, preferiría habitar por toda mi vida en el alma de un caballo de coche de alquiler, de un temporero, de un burro de Montmorency, animar, en fin, a lo que hay de más miserable, que encontrarme bajo la piel de un grumete.

Con igual maestría guisaba los delicados y finos manjares franceses que los suculentos platos de resistencia a la española; tan ricas salían de sus admirables manos, por ejemplo, las chochas a la Montmorency o las langostas a la Colbert, como la castiza perdiz estofada o la deliciosa empanada de lampreas.

Y pienso q. su Ex.^a no atribuirá a otra causa el no auer acudido con mis lágrimas. A V. m. le terné vn libro para quando en buen hora venga por acá, en demostracion de mi amor, y por lo q. veo q. ama la lengua española. Serui.^or de V. m. Ant. Perez. Estas dos cartas XVI y XVII aluden á la muerte de la mujer del Condestable Montmorency, que ocurrió repentinamente el año 1598.

Dolomieu a que conocí en la casa de la duquesa d'Orléans; y muchos hombres eminentes que se apresuraron a ofrecerle su amistad, a él antes tan oscuro; el joven duque de Rohan, el virtuoso M. de Montmorency, M. de Molé, M. Lainé, de quien se dice ser un gran orador, M. Villemain, discípulo de M. de Fontanes, que conoció en casa de M. Decazes, el favorito del rey, y otros más que no recuerdo.

Estas obras, de estilo del Renacimiento español, que Ponz llama plateresco, son anteriores al célebre palacio de Ecouen, que construyó para el condestable de Montmorency el arquitecto francés Juan Bullant, primero que en su pais practicó para la arquitectura civil el estilo italiano por los años de 1540.

Yo soy un poco nuevo en el mundo en que vivo; no hace aún diez años que salí de las pastas alimenticias y, ¡qué diablo! no se me tiene en la misma consideración que á un Montmorency. Los hombres son iguales ante la ley, pero no ante el mundo, y así me lo han hecho ver. Esto explicará á usted muchas cosas que le parecerían oscuras.

También Manuel, el ayuda de cámara, tenía quejas no menos serias del vizconde extranjero. Solía éste darle unas «latas» formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanías, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas señoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes decía haberse enamoriscado en su juventud.