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Estaba en la nave de mi catedral: he notado anoche en el ala del Norte de mi catedral una cosa muy chocante; he modificado la librea del suizo, etc. Y bien, señorita dijo el doctor, en tanto que barajaba las cartas, ¿ha trabajado usted en su catedral desde ayer? ¡Cómo no, doctor! Y he tenido una idea muy feliz.

Barajaba, con loca precipitación, el viaje sorprendente del marino con el enamoramiento de Carmen, y en su espíritu se hacía una noche tan cerrada como aquella que envolvía a los dos mozos sobre la cubierta oscilante del San Germán.

También Manuel, el ayuda de cámara, tenía quejas no menos serias del vizconde extranjero. Solía éste darle unas «latas» formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanías, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas señoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes decía haberse enamoriscado en su juventud.

María Josefa, hoy he visto a tu ahijada en el paseo dijo Paco Gómez, mientras barajaba distraídamente las cartas. La he dado un beso. Está cada día más guapa... ¿Cuánto tiempo tiene ya? Pues saca la cuenta. La hemos bautizado en Febrero... Dos meses y medio. ¿Iba con su madre? preguntó Manuel Antonio sonriendo de un modo particular. No.

Después del cabrito sirvieron un salmorejo de perdices. Caza, dos veces seguidas; eso no era correcto. Sin embargo, el plato me pareció excelente... En ese momento, señores, fue cuando empezó a desprenderse del cielo raso, a bajar sobre nosotros lentamente, lentamente... una especie de niebla. Entretanto, yo me había puesto ya muy galante, y barajaba los cumplimientos que era un gusto.

Barajaba entonces los naipes antes de la jugada de su adversario con una mirada irritada y recelosa, y volvía un triunfo pequeño con un aire de aversión inexpresable como si en el mundo en que tales cosas se producen no valiera más echarlo todo al diablo... Cuando la fiesta había llegado a ese grado de libertad y animación, era costumbre que los servidores, después de haber terminado el servicio pesado de la cena, tuvieran su parte de diversión y vinieran a mirar el baile, de modo que las piezas del fondo de la casa quedaban solitarias.

El croupier colocado enfrente para cobrar y pagar barajaba los naipes antes de introducirlos en un doble cajoncito, del que debía extraerlos el banquero. ¡Pobre banquero! Considerando el público extraordinaria su elevación, quería reir á toda costa. Al sentarse en su asiento presidencial, los curiosos encontraron muy graciosa la timidez del pianista, y una risa franca saludó su presencia.