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Al fin buscó entre estos papeles un pliego de carta, y frunciendo el ceño con la expresión recelosa de un niño que teme ser cogido en plena mentira, empezó á escribir: «Mi morocha linda: Envíame lo antes posible, en un paquete, el traje de fraque que me hice cuando nos casamos. La vida ha cambiado aquí completamente.

Las niñas, observando el ritual a que estaban acostumbradas, me hicieron una reverencia, sin desplegar los labios; D. Paco, tan pedante en Cádiz como en Bailén, hízome grandilocuentes cumplidos y los demás personajes miráronme con recelosa prevención, sin mostrarme urbanidad más que con algunas rígidas inclinaciones de cabeza.

¿Yo? repuso en el colmo del asombro. ¡Usted que se quiere quedar conmigo! Estaban solos: el dependiente, que no era viejo ni feo, tenía las manos apoyadas en el mostrador; ella estaba turbada, recelosa, esforzándose por sonreír, y agitada por un presentimiento incomprensible.

Este miraba fijamente al reloj de estilo Imperio que había sobre la chimenea. No cuándo me he de convencer prosiguió de que tu temperamento se acomoda admirablemente a todas las circunstancias y que tu felicidad no se cifra en vivir en un sitio o en otro, sino en el sosiego y la comodidad de tu casa. Nueva mirada y más recelosa por parte de Elena.

Continuaba en el sofá, apoyado el codo en la mesilla y la cabeza en la mano, mirando al suelo como si quisiera contar los juncos de la esterita que había junto al sofá. Las dos mujeres se miraban, comunicándose con los ojos malas impresiones. «Eso murmuró él de una manera torva y recelosa . Quieren echarme a la calle, para...». Pero alma de Dios, si va ella contigo... ¿Y a dónde me quiere llevar?

Aquella noche D. Alonso y Marcial siguieron conferenciando en los pocos ratos que la recelosa Doña Francisca los dejaba solos. Cuando ésta fue a la parroquia para asistir a la novena, según su piadosa costumbre, los dos marinos respiraron con libertad como escolares bulliciosos que pierden de vista al maestro.

El viajero que tenía enfrente era un hombre pálido, de cuarenta a cincuenta años, bigote negro y manos flacas y velludas; el que se sentaba más allá era un caballero rechoncho, de ojos grandes y saltones, con unas cortas patillas entrecanas que le bajaban poco de la oreja, fisonomía abierta y risueña, mientras el otro parecía, por la expresión recelosa y sombría de sus ojos, hombre de carácter oscuro y malhumorado.

El capellán, en tanto, escudriña en la sombra con recelosa previsión. De pronto da una gran voz, grande y estentórea. ¡Falta la lámpara! ¡Trágame, tierra! ¡No han sido lechuzas las que entraron aquí, fueron lobos! ¡Ni una luz que alumbre tu sepultura, pobre Rusa! ¡Nada han dejado! ¡Rusa, pide por y por esos ladrones que bebieron la leche de tus pechos! ¡Son nuestros hijos, María Soledad!

Doña Martina dejó de perseguir a su hija y se sentó a la mesa, aunque murmurando amenazas; aquélla también se sentó mirando recelosa a su madre; D. Bernardo, haciendo un prodigioso esfuerzo de diplomacia para sobreponerse a su justo desabrimiento, entabló conversación con el coronel.

Pero Juan aquella noche se acostó triste, y Lucía misma, que amaneció junto a la ventana en su vestido de tules, abrigados los hombros en una aérea nube azul, se sentía, aromada como un vaso de perfumes, pero seria y recelosa.... Ana mía, Ana mía, aquí está Pedro Real. ¡Míralo qué arrogante!