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Esa es una historia lamentable dijo la condesa . Se casó en secreto con un aventurero francés que se decía primo del príncipe de Rohan, colaborador de Dumas, enviado por el barón Taylor para comprar curiosidades artísticas, y que por desgracia se llamaba Abelardo. Ella encontró en su nombre y en el de su amante la indicación de su unión marcada por el destino.

También Manuel, el ayuda de cámara, tenía quejas no menos serias del vizconde extranjero. Solía éste darle unas «latas» formidables, en las cuales barajaba duelos, raptos, batallas, letanías, torneos y mil demonios. Y hasta recordaba unas señoritas con nombres estrafalarios... algo como de Montmorency y de Rohan... de quienes decía haberse enamoriscado en su juventud.

Enumeraba las casas suntuosas donde había pasado horas felices, conociendo lo mejorcito de Madrid en ambos sexos, y recreándose con amenos coloquios y pasatiempos muy bonitos. Cuando la conversación recaía en cosas de arte, Ponte, que deliraba por la música y por el Real, tarareaba trozos de Norma y de Maria di Rohan, que Obdulia escuchaba con éxtasis.

Siempre la gallina del vecino nos parece una pava, y bostezar en compañía de los Montmorency y los Rohan no deja de tener cierto encanto, aun para los que suelen unir sus bostezos a los de los Osunas y los Medinacelis.

Allí, en ese Santo Oficio político de la edad media, gimieron sucesivamente Basompierre, el gran Condé, el famoso Fonquét, su amigo y secretario Palisson, el docto Sacy, el duque de Laurum, marido de la nieta de Enrique IV, el mariscal de Richelieu, el tristemente célebre marqués de Sade, el cardenal Rohan, el caballero Mazers de Latude, Bruno de la Condamine, y últimamente, un hombre que hizo mucho ruido en el mundo, la gloria y el escándalo, la fábula y la admiracion de su siglo; un hombre filósofo, teólogo, estadista, geógrafo, erudito, matemático, novelista, filólogo, poeta; un mónstruo de talento y de audacia; el hombre del talento más vario y más indefinible que ha puesto los piés sobre la tierra; ahí estuvo Voltaire.

Dolomieu a que conocí en la casa de la duquesa d'Orléans; y muchos hombres eminentes que se apresuraron a ofrecerle su amistad, a él antes tan oscuro; el joven duque de Rohan, el virtuoso M. de Montmorency, M. de Molé, M. Lainé, de quien se dice ser un gran orador, M. Villemain, discípulo de M. de Fontanes, que conoció en casa de M. Decazes, el favorito del rey, y otros más que no recuerdo.

Sin embargo, esta casa no toma seriamente pie en la historia, hasta el siglo XII en la persona de Juthaal, hijo de Conan le Tort, descendiente de la rama segunda de Bretaña. Algunas gotas de sangre de los Porhoet, han corrido por las venas más ilustres de Francia: en las de los Rohan, de los Lusignan, de los Penthièvre, y estos grandes señores convenían en que no era la menos pura.

Al abandonar la sala del Instituto, ocupada aún por la inmensa muchedumbre que había concurrido a la recepción, mi antiguo amigo el duque de Rohan me salió al encuentro diciéndome al oído: «Abandonad toda esperanza con respecto al ascenso en vuestra carrera; habéis defraudado nuestras esperanzas y dado fuerza a nuestros enemigos políticos.» ¿Qué me importaban a los ascensos en mi carrera cuando veía vacilar a Carlos X en el trono, y al que deseaba separar del abismo que amenazaba tragárselo?

Debo hacer constar en honor de Carlos X y del príncipe de Polignac, que las predicciones del duque de Rohan, no se realizaron.