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Don José llamo la atención de su ahijada hacia la magnificencia del crepúsculo que desde aquel despejado sitio se gozaba; alzó los ojos ella y miró, arrojando un suspiro tan grande sobre el inmenso paisaje que a su vista tenía que parecía querer llenarlo de tristeza.

Un tal Arias depuso en términos diametralmente opuestos, y D. José de Relimpio, llamado también, declaró en términos categóricos a favor de la que llamaba su ahijada; mas su declaración, falta de solidez, daba lugar a dudas acerca de la sinceridad del anciano. Sobre tan misterioso asunto, él no sabía gran cosa.

Pues buen provecho te hagan añade Antón, entregando la ahijada al primero, como símbolo del dominio que le transmite.... El pequeño circuló se agita con gran ruido; todos se felicitan recíprocamente, todos hablan á la vez, y entre todas las voces se destaca la de la exdueña de los novillos que charla más que nadie y desbarra como nunca.

Después de pasar revista a su tesoro negativo, gritó: «D. José», y como D. José, a causa del ruido que él mismo hacía, jugando con Joaquín, no pudiera oír la voz de su ahijada, esta tuvo que levantarse a llamarle por la puerta de la alcoba. «¡Venga usted acá, por Dios!... ¡Hija, no te había oído!».

Dijole que iba a sanarla con su varita mágica y que después se la llevaría a viajar a su país, que era naturalmente el País de las Hadas, en un cochecito de marfil tirado por dos grandes mariposas azules. Pero para eso era menester que su ahijada demostrara antes que era buena...

Pero ¿a qué ahijada de usted se refiere, a la niña recogida por los de Quiñones? preguntó en voz baja la heredera de Estrada-Rosa a María Josefa. . ¿Entonces?... ¿Cómo hablan de su madre?

¡Qué lástima no ser poeta épico para expresar, con la elocuencia propia del caso, el enojo de D.ª Laura, el cual, si no rayaba tan alto como la ira de los dioses, hallábase a dos dedos de ella! Todo por que la señorita Isidora no se conducía decorosamente. Don José estaba profundamente afligido por no poder lanzarse a la defensa de su querida ahijada.

Relimpio no podía disimular una aflicción honda que tenía su asiento en la región cardíaca. Parecía atacado de un aplanamiento general. Melchor dijo mil groserías de la ahijada de su padre, y las dos chicas, contenidas por el pudor, no dijeron nada. Y , ¡oh lector!, ¿qué dices? Yo te ruego que no sigas a esta familia por el peligroso sendero de los juicios temerarios.

No le dejaba en su testamento más que algunos regalitos, llamándola ahijada; pero, por medio de un agente de Bolsa muy discreto, se hizo una operación en que la chulita figuraba como compradora de cierta cantidad de acciones del Banco, dándole además, de mano a mano, algunas cantidades en billetes.

Venía como siempre, con su estrella, su varita mágica, su pelo suelto, su magnífico manto... Sonriendo con ternura a su ahijada, le dijo: Veo que eres buena, Lita. Te agradezco tu labor en nombre de los niños pobres, a quienes les llevaré tus colchas, para que no se mueran de frío en las noches de invierno.