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En un rincón del molino, el árbol motor rodaba y rodaba como el genio del caserón; ruedas dentadas, correas tendidas de uno á otro extremo del local, transmitían el movimiento á las rechinantes muelas, á la tolva oscilante, con ruido seco, á una porción de artefactos de madera ó metal, que cantaban, crugían ó gritaban en hermoso concierto.

De pie allí, detrás de esas pocas mujeres arrodilladas, con la débil luz oscilante de las velas de los altares iluminando suficientemente su rostro, estaba aquel hombre con su cabeza inclinada reverentemente, y, sin embargo, sus obscuros ojos como cuentas parecían lanzar miradas escudriñadoras a todos lados.

Pero «un marino» en Santander, hasta hace muy pocos años, hasta que llegó á la clásica tierra de los garbanzos ese airecillo que aclimató la crinolina en Bezana y la cerveza en San Román, significaba otra cosa más concreta y determinada. «Un marino» significaba, precisamente, un joven de veinte á treinta años, con patillas á la catalana, tostado de rostro, cargado de espaldas, de andar tardo y oscilante, como buque entre dos mares, con chaquetón pardo abotonado, gorra azul con galón de oro y botón de ancla, corbata de seda negra al desgaire, botas de agua, mucha greña, y cada puño como una mandarria.

Veo aún las piedras de granito amontonadas en la orilla, el bosque de pinos reflejado sobre el agua rizada, los declives, las altas vertientes de los prados y, más lejos, las grandes explanadas donde empieza la curva oscilante de la cascada! ¡Os veo también, hermosos manantiales de los grandes ríos, que vais á perderos en el mar á cientos de kilómetros de vuestro origen! ¡Con sólo cerrar los ojos, mi pensamiento se transporta hacia un alegre torrente, al Vesubio, al Gordolarque, al susurrante Embalire, ó hacia cualquier otro sitio de la libre montaña!

El impetuoso torbellino de un astro poderoso, de un sol que arrastra como á sus planetas cuantos seres débiles encuentra en su carrera, el curso más irregular del cometa cabelludo que atraviesa ó que dispersa mundos vagos á su paso, la graciosa ondulación de la esbelta culebra que sigue el agua ó nada en tierra, la barca oscilante que sabe virar á tiempo, decaer del rumbo para ir más lejos, en fin, el rastreo lento y circunspecto de nuestros tardígrados, que se apoyan, se agarran á cualquier cosa, todos esos diversos aires se observan entre los imperceptibles.

Fue todo obra de un segundo. A la luz oscilante de la lámpara lo vi vacilar, quererse asir enloquecido del vacío, y con un espantoso grito de ira y desesperación, caer al fondo de aquel negro abismo, donde las impetuosas aguas lo arrastraran hacia regiones subterráneas, desconocidas e inexploradas.

El baile continuó hasta que al entrar la noche se retiraron los convidados, muchos de los cuales destacaban, sobre las últimas vislumbres del crepúsculo, la silueta oscilante en el caballo que por sólo marchaba a la querencia.

Oprimía a su lado el ministro de Hacienda una mala banqueta, que gemía no tanto por el noble peso que sostenía, como por el mal estado en que se encontraba. Tambaleábase por consiguiente Su Excelencia a cada momento: figurósele al labriego temblor el movimiento oscilante de Su Excelencia; pero está averiguado que era el mal asiento.

Penumbras indecisas iban cayendo sobre la procesión, y ésta avanzaba al compás de una música continua, gemebunda; cuando al cabo de un recodo la pendiente, brusca, se empinaba, los hombres que llevaban las andas se detenían, para sostener con un brazo la Virgen oscilante, y entonces sobre la cabellera renegrida el disco de oro relucía.

Barajaba, con loca precipitación, el viaje sorprendente del marino con el enamoramiento de Carmen, y en su espíritu se hacía una noche tan cerrada como aquella que envolvía a los dos mozos sobre la cubierta oscilante del San Germán.