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En el inmenso estruendo que producían todos aquellos engranajes, muelas, aparatos, y hasta las paredes mismas, apenas se podía oir mi propia voz por más que ni siquiera osaba hablar, preguntándome si el habitante de este extraño caserón no sería brujo ó hechicero.

Por el camino, Ben-Tovit refirió a Samuel, sin omitir detalles, cómo había tenido dolor de muelas, cómo sintió al principio la molestia en el lado derecho de la mandíbula, cómo se había despertado al amanecer, atacado, súbitamente, de un dolor insoportable. Para dar una idea más exacta de sus sufrimientos, hacía muecas, cerraba los ojos, balanceaba la cabeza y gemía.

El conde se veía apurado y contestaba vagamente a las preguntas. Pues contra ese mal, señor conde apuntó Saleta, no hay mejor medicina que el hierro. Verá usted... Yo he padecido muchísimo de las muelas siendo estudiante.

Mi madre tornó a ocuparse en ensartar las muelas, y mi padre fue a rapar a uno así lo dijo él , no si la barba o la bolsa; yo me quedé solo, dando gracias a Dios que me hizo hijo de padres tan hábiles y celosos de mi bien. A otro día ya estaba comprada cartilla y hablado al maestro. Fuí, señor, a la escuela; recibióme muy alegre, diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento.

Pero dame acá la mano y atiéntame con el dedo, y mira bien cuántos dientes y muelas me faltan deste lado derecho de la quijada alta, que allí siento el dolor. Metió Sancho los dedos, y, estándole tentando, le dijo: ¿Cuántas muelas solía vuestra merced tener en esta parte? -Cuatro -respondió don Quijote-, fuera de la cordal, todas enteras y muy sanas.

Cierto día se difundió por la Fábrica siniestro rumor: Rita de la Riberilla, una operaria, había sido cogida con tabaco. ¡Con tabaco! ¡Jesús, si parecía una santa aquella mujer chiquita, flaca, con los ojos ribeteados de llorar, que solía atarse a la cara un pañuelo negro a causa, quizá, del dolor de muelas!

Don Diego y yo nos vimos tan al cabo que, ya que para comer al cabo de un mes no hallábamos remedio, le buscamos para no levantarnos de mañana; y así, trazamos de decir que teníamos algún mal. No osamos decir calentura, porque no la teniendo era fácil de conocer el enredo. Dolor de cabeza u muelas era poco estorbo.

Su hermosura, su mirada, única entre todas las mujeres, habían sido mías bien mías, porque me habían sido entregadas con adoración también apreciará usted esto algún día. Hice lo humanamente posible para olvidar, me rompí las muelas tratando de concentrar todo mi pensamiento en la escena.

La bacía del barbero, colgada sobre la muestra y rodeada de una sarta de muelas rancias ya, brillaba como plata. Reinaba la soledad, los vecinos se habían ido a misa o de bureo, y media docena de párvulos, confiados al Ángel de la Guarda, se solazaban entre el polvo y las inmundicias del arroyo, con la chola descubierta y expuestos a un tabardillo.

A los dos lados estaban dos enormes navajas de afeitar abiertas, que formaban dos pirámides; en el centro de estas había dos muelas colosales. En torno reinaba una guirnalda de rosas, semejantes a ruedas de remolachas, y de la guirnalda colgaba un monstruoso par de tijeras.