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Después de todo era acaso un purpurino rayo de sol que jugueteaba entre las ramas... Vuelta en , la joven declaró valientemente que quería continuar el paseo, pero en el momento de montar a caballo vio una cosa que relucía en la hierba pisada. Era la crucecita regalo de la tía Liette.

En el mostrador, de pintada tabla, estaba el peso de metal amarillo, que como el más fino oro de Arabia relucía, y de unos ganchos que traían a la memoria las horcas alzadas por Chaperón en la vecina plazuela, colgaban las orondas reses puestas al despacho.

Aquella gran cerrazón plomiza, aquella barca chorreando agua, aquel pobre febricitante arrebujado en un viejo capote de caucho que relucía bajo la lluvia como una piel de foca: jamás he presenciado nada más lúgubre. El frío, el viento y el vaivén de las olas no tardaron en agravar en su enfermedad al pobre aduanero. Lo acometió el delirio y fue necesario atracar.

Cuando la densa bruma Los valles enlutaba, Cuando la blanca espuma Los mares circundaba, Cual mágicos concentos Nacian los acentos Del arpa de Ossian. Al eco melodioso La bruma relucía, Y en carro vaporoso Celeste aparecía Poblando la colina, La sombra de Malvina, De Morven y Fingal.

Al llegar a la esquina del Alcázar dobló hacia la izquierda, y siguió caminando sin detenerse. Aislada entre las peñas y bañada por los últimos resplandores de la tarde, la basílica románica de San Vicente relucía cual cobrizo relicario; mientras los dos inmensos torreones de la puerta vecina se revestían de sombra cuasi nocturna.

Su padre le inspiraba desprecio, su madre despego, y sólo seguía adorando a Lilí, único ángel que quedaba ya en la casa. En cuanto a Jacobo, evitaba su presencia en lo posible, y más de una vez sorprendió Currita, con verdadero miedo, en los ojos del niño una mirada de rencor profundo, que relucía entre sus largas pestañas rubias como un acero al salir de la vaina.

Por los flancos de granito de la montaña, sembrados de mica que relucía, bajaba desatado un torrente espumoso; y entre el matiz sombrío de los encinares asomaba un pradillo, de tonos pálidos de hierba temprana, donde pacía un rebaño de ovejas, cuyos blancos cuerpos constelaban la alfombra verde como enormes copos de algodón.

El ideal se mostraba en su posible desnudez, los brazos remangados hasta el sobaco, el liviano pañuelo de percal arriado hasta donde el pudor empezaba a gritar con fuerza. El mórbido cuello relucía con el sudor, las mejillas se inflamaban y los negros y mal peinados cabellos caían en crenchas sobre la espalda y en rizos sobre la frente salpicada también de menudas y brillantes gotas de agua.

A la vuelta solían las amigas hallar el puente más animado que a la ida. Era el momento en que tornaba de sus expediciones campestres la gente de Vichy y los bañistas, y abundaban los jinetes, llevando sus monturas al paso, luciendo los pantalones de punto y las abrochadas polainas, sobre las cuales relucía la nota brillante del estribo y del espolín.

Anunciaron en aquel momento la llegada del correo y Diógenes aprovechó la confusión natural que esto produjo para acercarse al tío Frasquito y cogerle sin miramiento alguno por la abierta solapa de su rico gabán de pieles, que dejaba al descubierto una pechera inmaculada, en cuyo centro relucía, bajo la corbata blanca, una bellísima turquesa, celeste como el cielo.