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De pie allí, detrás de esas pocas mujeres arrodilladas, con la débil luz oscilante de las velas de los altares iluminando suficientemente su rostro, estaba aquel hombre con su cabeza inclinada reverentemente, y, sin embargo, sus obscuros ojos como cuentas parecían lanzar miradas escudriñadoras a todos lados.

En lo demás, el mayordomo, fuera de las canas que habían acabado de blanquearle la cabeza, y cierto sello de contrariedad mal disimulada que se pintaba en su fisonomía, era el hombre de siempre, hasta con la misma ropa. La señora marquesa dijo con voz segura, pero mansa y reverentemente, cuando se le autorizó para hablar está servida en el encargo que se dignó encomendarme antes de ayer.

Por supuesto, después de cada discurso se inclinaba reverentemente y besaba la mano de la soberana, volviendo a ponerse el tricornio de papel que se había hecho para el caso. Estas niñerías alegraban a la dama, dilataban su corazón, casi siempre encogido por la soberbia o el hastío.

Me miró, con sus ojos llenos de aflicción, adivinando la compasión que había despertado en ; luego volvió su mirada hacia el capuchino, hacia ese hombre de cara dura y barba canosa que poseía la clave del secreto de Burton Blair. Yo permanecía de pie detrás de la pesada columna, inclinado reverentemente, pero alerta.

En un platillo que un lacayo había colocado reverentemente al lado de la victoriosa había un montón de cigarrillos consumidos, con boquilla de oro. Parecía embrutecida por su éxito, por la monotonía de aquella buena suerte incesante. El pianista mostraba cierta somnolencia en sus gestos y en su voz. El triunfo le parecía insípido después de la fuga del admirable griego.

Roger se quitó la gorra reverentemente, pero el pechero apoyó ambas manos sobre su bastón y miró con expresión nada amistosa al grupo de caballeros que seguían al rey. ¡Hola! exclamó Eduardo deteniendo su caballo en medio del camino y mirando á Roger y su compañero. ¡Le cerf! ¿Est-il passé? ¿Non? Ici, Brocas, tu parles l'anglais.

Caída sobre los hombros la capucha, desabrochado el hábito que mostraba el hercúleo cuello, desnudos hasta el codo los velludos brazos que tenía cruzados sobre el pecho, saludó reverentemente al abad y se dirigió con toda calma al reclinatorio que le estaba reservado en el centro de la sala.

Tampoco tuvo en la prensa todo el éxito que mereció la casi augusta solemnidad con que el buen marqués de Montálvez desempeñó su papel en la fiesta, particularmente durante el breve rato que conversó aparte con el presidente del Consejo de Ministros, y cuando, después de estrecharle reverentemente la mano le dijo algunas palabras al oído el Capitán general de Madrid, vestido de gran uniforme. ¡Oh, qué actitudes y qué mímica las suyas en aquellas dos singularísimas ocasiones! ¡Qué bofetón más sonoro para «los hombres de Gobierno» que todavía le regateaban la credencial de senador! ¿Dónde hallarían ellos para ese cargo otro viejo más distinguido, más serio, más limpio, más planchado, más opulento, ni más adaptable por su tipo al grave ceremonial del «alto Cuerpo Colegislador»?

El ciego con vista y lisiado sin manquedad, ahora nuevamente restaurado en todo el valor de sus piernas y bien corregido y enmendado en el desembarazo de sus miembros, así como vió llegar al caballero, destocándose el sombrero y ahinojándose reverentemente, le comenzó a decir: Perdón, perdón, y mil veces piedad para el buen Mateo del Cigarral, soldado pica que fué de la compañía de Francisco Carvajal en Italia, arcabucero después en el tercio de Zamudio, y después continuo de la ilustre persona del ilustrísimo caballero don Lope de Zúñiga.

Ahora la carromata se detenía otra vez para dejar pasar la procesion, y el cochero apaleado se descubría reverentemente y rezaba un padrenuestro ante la primera imágen en andas que venía y que parecía ser un gran santo. Representaba un anciano de larguísima barba, sentado al borde de una fosa, debajo de un arbol lleno de toda clase de pájaros disecados.