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Hablábanle éstos de cierto individuo de existencia cosmopolita, un monsieur Jules, joven, hermoso y elegante, de problemática vida; un aventurero que invernaba en la Costa Azul, sirviendo de croupier en los casinos de Niza, Menton y Monte Carlo, y en verano pasaba á las estaciones elegantes de los Pirineos. Judith parecía conocerle mucho tiempo.

Spadoni intentó hablar, pero se contuvo viendo que el príncipe se dirigía á Novoa. A usted no le pregunto: conozco su situación. Vive en el viejo Mónaco, en la casa de un empleado del Museo, y su alojamiento no debe ser gran cosa. Además, como decía Atilio, gana usted mucho menos que un croupier del Casino. Y mirando á sus convidados, añadió: Lo que yo quiero proponerles es que vivan conmigo.

Y mientras el griego entregaba quince mil francos al croupier depositario de la banca, el pianista se inclinó modestamente. Algunas jugadoras supersticiosas reconocieron que la duquesa había procedido con gran cordura al confiar su suerte á este simple. Los ojos de Alicia buscaron á Miguel en el triple óvalo de cabezas. Le sonrió levemente.

En solo media hora he ganado 20.000 pesetas con mi juego de alternativa... El croupier va cantando con un acento muy francés: Siete... Cuatro... Encagnado gana et colog. ¡Qué le vamos a hacer! suspira el viejecito. Y vuelve a jugar a negro. Su cara está alegre, sonriente, satisfecha. Se ve que este hombre, tan próximo al umbral de la otra vida, lo traspasará sin temor alguno.

De pronto la bola entra en un cajetín y el croupier canta el número. Doce. Rojo. Manque. Par... ¿Lo ve usted? suspira D. Salustiano . Era indudable. No hay manera humana de ganar. Y cogiendo ocho duros en fichas, los pone a una «calle». Diez y nueve, veinte y veintiuno. Ocho duros más que voy a perder me dice . No se gana nunca. Está demostrado... En efecto. D. Salustiano pierde los ocho duros.

Otros contemplaban con asombro y envidia el enorme montón de la banca mientras el croupier lo ponía en orden, formando fajos de billetes, alineando columnas de fichas de diversos colores. Corrió de boca en boca la cifra: ¡cuatrocientos noventa y cuatro mil francos! Sólo faltaba una pequeña cantidad para medio millón. Pocas veces se había visto una ganancia tan rápida.

Ellas, huesudas y distinguidas, con amplios escotes y largas colas, lanzaban un «¡ohde asombro cada vez que el croupier se llevaba con la raqueta las fuertes puestas, mientras ellos sacaban del bolsillo interior del smoking nuevos puñados de billetes, saludando su derrota con metálicas risas. Spadoni perdió en un golpe veinte mil francos.

Hizo una pregunta en voz baja al croupier, y se repitió la explosión de regocijo. Las mujeres se mostraban las más expansivas al pensar que su burla, pasando por encima de Spadoni, podía herir á la que lo había puesto allí. El gesto de extrañeza del músico ante esta hilaridad sólo sirvió para prolongarla escandalosamente. Todos reían por contagio viendo su cómico asombro.

Le avisaba el corazón «una gran tarde». Tenía entre ojos á un croupier que empezaba su servicio á las tres y media. Conocía su modo de tirar la bola. Cada uno tiene su especialidad: unos son de mano larga; otros de mano corta. Este la hacía caer con frecuencia en el 17: su número. Novoa se fué detrás de él, pero con menos franqueza. Balbuceó ruborosamente al despedirse del príncipe.

Mostró el griego sus cartas, arrojándolas sobre el tapete. «OchoUn murmullo de aprobación se elevó en torno de la mesa. Los admiradores de su buena suerte se regocijaron como de un triunfo propio. Tomó las cartas del lado opuesto, que le ofrecía el croupier, y las mostró después de examinarlas rápidamente. Ahora el murmullo fué de asombro. ¡Ocho también! Iba á ganar.