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Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían noticias, corrían todas á una misma mesa. El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse. Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba. Un poco más allá le salió al paso Spadoni. Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no sigue un sistema. Ya ha rodado al suelo.

Quiso el príncipe leer los títulos de las partituras, y Spadoni intentó ocultarlas con una precipitación cómica. ¡Verdaderas porquerías!... No hay que mirar eso, Alteza. En esta Costa Azul, cuando las señoras entradas en años no encuentran ya quien las ame, se dedican á escribir romanzas ó bailes de gran espectáculo, y el Casino acepta sus obras para no disgustarlas.

Era casi imposible que el banquero tuviese un punto más alto. Spadoni, pálido, con la frente barnizada de sudor, descubrió sus naipes. El público los saludó con un rugido sordo: «¡NueveLos mismos que reían de él encontraron natural este resultado. «La suerte protege siempre á la inocencia

Conocía todo esto: eran las palabras de Spadoni y del mismo Castro, pero con la fanática certeza de las mujeres, que llevan siempre á los asuntos de dinero un alma mística dispuesta á creer en los presentimientos y las influencias misteriosas. Para el juego no cuentes con mi ayuda... Además, yo soy pobre. En este momento el coronel debe tener en su caja menos dinero que .

Spadoni escuchaba las cosas de la guerra lo mismo que si le hablasen de fábulas lejanas. El estaba por la realidad, é interrumpía al coronel para contarle cosas más interesantes. Ahora despreciaba al Casino, para frecuentar el Sporting-Club, donde se reunían los jugadores más audaces, empleando con preferencia fichas de cinco mil trancos.

Spadoni, como si despertase de pronto, se encaró con Castro, continuando en alta voz sus pensamientos. ...Es una martingala que inventó un lord ya difunto y que le hizo ganar millones. Ayer me lo explicaron. Primeramente, pone usted... ¡Ah, no, pianista del demonio! clamó Atilio . Ya me explicará eso en el Casino, si es que tengo la curiosidad de oirle.

Estas pequeñas causas son independientes las unas de las otras, y como es el azar quien las dirige, obran tan pronto en un sentido como en otro. Cuando el error infinitesimal es positivo, nos hace ganar; cuando es negativo, perdemos. Spadoni movió la cabeza afirmativamente, aunque sin entender gran cosa. Lo único claro para él era lo de los errores infinitesimales que hacen perder.

Spadoni, ofendido, cerró los ojos, queriendo aislarse y no escuchar estas cosas sin importancia para él. Si el sabio hablaba todas las noches, él perdonaría la hospitalidad del príncipe, yendo en busca de otros amigos. De pronto, una palabra le sacó de su altivo aislamiento, haciéndole abrir los ojos.

Llamó de pronto su atención el silencio con que el príncipe y Castro escuchaban á Novoa, y fijó en éste sus ojos de visionario todavía deslumbrados por el revoloteo áureo de la Quimera. También el sabio hablaba de millones de millones, de cifras que no podía abarcar con palabras y detallaba repitiendo uno tras otro docenas de ceros. Sonrió Spadoni con desprecio.

La suerte se encargó de reanimar acto seguido su confianza. El banquero ganaba otra vez, llevándose todas las sumas depositadas en ambos paños de la mesa. Pero esto no convenció al príncipe. Continuaba sintiendo miedo, y su inquietud le hizo ser brutal. Se colocó á espaldas de Spadoni para hablarle discretamente, mientras miraba en otra dirección.