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Un hombro desnudo se apoyaba en él, dejando sobre el paño negro del smoking tenues manchas de velutina. Al volver hacia ella una mirada ávida y encontrarse con sus ojos no sentía extrañeza, como si los conociera desde mucho antes. Eran grises; los que él llevaba en su recuerdo eran negros, con reflejos de ámbar; pero unos y otros le miraban de igual modo, con una expresión invitadora.

Se adivinaban debajo de ella los relieves y el calor perfumado de la carne, sin velos interiores. Miguel miró su smoking y su brillante pechera como si hubiese cometido una falta.

Un ruido de pasos en el inmediato corredor le hizo volver al presente. Era un vecino que se retiraba. Nélida no tardaría en presentarse, y era ridículo que él la recibiese vistiendo aún el smoking de la comida. Luego de desnudarse se cubrió con un pijama, tomó un libro, y esperó leyendo y fumando. El interés de la lectura se apoderó de él al poco rato.

Erguidos ante sus atriles con militar rigidez, entonaban los músicos una marcha solemne, que servía de acompañamiento a los pasajeros en su entrada al comedor. Los hombres vestían de frac o de smoking, guardando en una mano la gorra de viaje.

Esta noche... ¡al agua!... ¡Pobre galleguito! Maltrana se presentó en el comedor cuando los camareros servían el segundo plato. Tomó asiento junto a su amigo con cierta timidez, a pesar de la satisfacción y el contento de mismo que respiraba su persona. Fernando notó algo extraordinario en su aspecto. Lucía una flor en la solapa del smoking. De su cabeza surgía un perfume fuerte.

Cada uno revestido con sus mejores ropas, como si el smoking fuese la casulla del culto del estómago; cerveza fresca como el hielo, música gratis a cada instante, y una adorable sociedad: una sociedad condenada a vivir junta, así se enfade o esté alegre, a mostrarse cada uno con su verdadera fisonomía, pues no hay comediante que sostenga sus fingimientos en una representación tan larga y continua... Y nadie puede huir; y nadie está obligado a pensar ni a hacer nada; y todos nos ofrecemos en espectáculo tales como somos.

Las finas siluetas de hijos de familia, holgados dentro del smoking, hacían resaltar la fuerza muscular de Juan. Sus anchas espaldas, su rostro enérgico tenían cierta belleza, una belleza viril que hacía dominante su mirada luminosa, súbitamente dulcificada, hasta la más infinita ternura, cuando se posaba sobre María Teresa.

El y los de su banda, que á las siete de la tarde creían indispensable el frac ó el smoking, eran á modo de una partida de indios implantando en París las costumbres violentas del desierto. El champañ resultaba en ellos un vino de pelea. Rompían y pagaban, pero sus generosidades iban seguidas casi siempre de una batalla. Nadie tenía como Julio la bofetada rápida y la tarjeta pronta.

Su mirada y su sonrisa entusiasmaron á Miguel. Le vería en el club. Aquella noche, Castro y Toledo se sorprendieron al notar que el príncipe se sentaba á la mesa vestido de smoking lo mismo que ellos. El patrón no se queda en casa dijo Atilio al coronel . Va á la ópera, como nosotros. Fué al teatro del Casino para distraerse hasta media noche.

Se abrió la puerta para dar paso á Canterac; pero éste permaneció inmóvil en el quicio algunos momentos, deseoso de que todos le viesen bien. Iba vestido de smoking, con pechera dura y brillante, y mostraba cierta indolencia aristocrática al andar, lo mismo que si entrase en un salón de París.