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También alude a esto lo que sucedió al grande emperador Carlo Quinto con un caballero en Roma.

Todo el rebaño masculino que con la flor en el ojal y el monóculo hundido en la ceja bailaba y aventuraba luises en la ruleta, desde Niza a Monte Carlo, la miraba con avidez y respeto, como un caballo de raza que acabase de ganar el Gran Premio en las carreras. ¡Ah! ¡La Brunna! decían con entusiasmo. La querida del rey Ernesto... una gran artista.

Estábamos a mediados de abril, el tiempo era todavía bastante frío, y el brillante mundo londinense no había vuelto aún de pasar el invierno en Monte Carlo, Cairo o Roma. Cada año la sociedad se convierte en golondrina, volando hacia el Sud en el primer día frío de otoño, para volver más tarde a la ciudad, y cada season de Londres parece más prolongada que la anterior.

La tumba de la archiduquesa Cristina, mausoleo magnífico que la vanidad ha levantado, dió orígen, y por ello ya merece perdonarse, á que Canova, el escultor sin rival, desplegara todo su talento en la obra. Los que amen las artes, por poco que entiendan de escultura, no salgan de Viena sin visitarla. Otro templo notable es el de San Pedro, construido el año 800 por Carlo Magno.

Se había educado en Inglaterra, y había viajado mucho por Europa, con largas detenciones en París, en Baden-Baden, Monte Carlo y otros sitios no menos famosos de recreo. De todas estas excursiones y paradas había sacado copiosos frutos, como lo acreditaban sus vicios dominantes, sellado alguno de ellos en la cara con hondas cicatrices, y en el cráneo con una calva precoz.

Las comedias de Chiari y de Goldoni hicieron olvidar las españolas; pero Carlo Gozzi, el poeta dramático más eminente que ha producido Italia, explotó de nuevo, y no sin acierto, esa vena antes tan aprovechada; sus Due notte affanose, son un arreglo de Gustos y disgustos son no más que imaginación, de Calderón; su Pubblico secreto y su Eco é Narciso, como indica su título, son sólo imitaciones de las comedias de igual nombre de aquel poeta; su Principessa filosofa, lo es de El desdén con el desdén, de Moreto, habiendo arreglado también Celos con celos se curan, de Tirso de Molina.

El poeta, presentando el ejemplo de paladin de Roncesvalles, y evocando los gloriosos nombres de Carlo Magno, de Oliverio y de Turpin, logró inflamar el entusiasmo de los normandos, escitándolos á vencer ó morir, y por eso vencieron, repitiendo en coro la «Cancion de Rolando». Dán testimonio de esto el poeta Wacé, y los historiadores Guillermo de Malmesbury, Mateo de Paris, Ralph Hyden, Alberico y Mateo de Westminster.

Hablábanle éstos de cierto individuo de existencia cosmopolita, un monsieur Jules, joven, hermoso y elegante, de problemática vida; un aventurero que invernaba en la Costa Azul, sirviendo de croupier en los casinos de Niza, Menton y Monte Carlo, y en verano pasaba á las estaciones elegantes de los Pirineos. Judith parecía conocerle mucho tiempo.

Así vencimos, sin distinción de moros y cristianos, en Roncesvalles a las aguerridas huestes del emperador Carlo Magno; en no pocos puntos de nuestro litoral, a los terribles piratas normandos, idólatras y feroces; y en cien reñidas y sangrientas batallas, como las Navas de Tolosa y el Salado, a todo el poder fanático de Africa; a la ingente muchedumbre de almorávides, almohades y benimerines, que se volcó sobre España en sucesivas y devastadoras invasiones.

La lámina de oro o salvoconducto de Babur les valió de mucho. ¿Cómo no habían de respetar en el Tibet, las encarecidas recomendaciones del sucesor de Tamerlán y de Kubilai-Kan, príncipe que había conquistado la China, que había reinado benéfica y gloriosamente en ella, y que por los consejos e insinuaciones de su privado Marco Polo, había fundado el poder temporal del Dalai-Lama como Constantino y Carlo Magno el de los pontífices de Roma?