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-Que me maten, Sancho -dijo, en oyéndole, don Quijote-, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. ¿No oyes lo que viene cantando ese villano? - oigo -respondió Sancho-; pero, ¿qué hace a nuestro propósito la caza de Roncesvalles? Así pudiera cantar el romance de Calaínos, que todo fuera uno para sucedernos bien o mal en nuestro negocio.

Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado.

-Debía de ser -dijo a este punto Sancho- el tal puñal de Ramón de Hoces, el sevillano. -No -prosiguió don Quijote-, pero no sería dese puñalero, porque Ramón de Hoces fue ayer, y lo de Roncesvalles, donde aconteció esta desgracia, ha muchos años; y esta averiguación no es de importancia, ni turba ni altera la verdad y contesto de la historia.

Vm. tenga cuenta con su salud, y mire por , y guardese de , especialmente en los caniculares, que aunque le soy amigo, en tales dias no va en mi mano, ni miro en obligaciones, ni en amistades. Al señor Pancracio de Roncesvalles tengale vm. por amigo, y comuniquelo; y pues es rico no se le nada que sea mal poeta. Y con esto nuestro señor guarde á vm. como puede y yo deseo.

Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que, por el ruido que hacía el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su labranza; y así fue la verdad. Venía el labrador cantando aquel romance que dicen: Mala la hubistes, franceses, en esa de Roncesvalles.

Con estas pasamos otras corteses razones, y anduvieron por alto los ofrecimientos, y de lance en lance me dixo: vm. sabrá, señor Cervantes, que yo por la gracia de Apolo soy poeta, ó á lo menos deseo serlo, y mi nombre es Pancracio de Roncesvalles. Miguel. Nunca tal creyera, si vm. no me lo hubiera dicho por su mesma boca. Pancracio. Pues porqué no lo creyera vm? Mig.

De esa manera, ocultos los vascongados detrás de las malezas en las pendientes de las montañas de Altabiscar, esperaban al ejército francés del paladín Roldán, que debía penetrar en el estrecho paso de Roncesvalles.

Digo, en efeto, que este libro, y todos los que se hallaren que tratan destas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer dellos, ecetuando a un Bernardo del Carpio que anda por ahí y a otro llamado Roncesvalles; que éstos, en llegando a mis manos, han de estar en las del ama, y dellas en las del fuego, sin remisión alguna.

Don Quijote dice que la murmuración en voz baja tiene un alcance mucho más prodigioso que la bocina de Rolando, que se oía desde Roncesvalles hasta Zaragoza. Don Quijote rechaza la murmuración, sin duda por ser el único Caballero perfecto que ha existido en la tierra y no merecer su conducta el menor reproche.

Y junto a la clavija está la silla de Babieca, y en Roncesvalles está el cuerno de Roldán, tamaño como una grande viga: de donde se infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides, y otros caballeros semejantes, déstos que dicen las gentes que a sus aventuras van.