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Perdonarse deben las necedades á los que aman, porque el amor ciega; escrupuloso andáis más que monja, y os metéis á apreciar lo que á vos no toca. Bien me yo que doña Clara no piensa otro tanto. ¡Oh! ¡no!... pero os ruego, don Francisco... , por cierto... vamos á lo que importa: es el caso que yo tengo mucho sueño.

Quiero que me mire usted todavía con alguna estimación, como siempre lo ha hecho murmuró, bañada en lágrimas, porque no me gusta pensar que haya descendido en su aprecio. Recuerde que soy una mujer... y los impulsos e indiscreciones de una mujer pueden perdonarse. Usted no ha perdido absolutamente nada de mi estimación, Mabel le aseguré.

Las damas no desdigan de su nombre; Y si mudaren traje, sea de modo Que pueda perdonarse, porque suele El disfraz varonil agradar mucho. Guárdense de imposibles, porque es máxima Que sólo ha de imitar lo verosímil; El lacayo no trate cosas altas, Ni diga los conceptos que hemos visto En algunas comedias extranjeras.

La tumba de la archiduquesa Cristina, mausoleo magnífico que la vanidad ha levantado, dió orígen, y por ello ya merece perdonarse, á que Canova, el escultor sin rival, desplegara todo su talento en la obra. Los que amen las artes, por poco que entiendan de escultura, no salgan de Viena sin visitarla. Otro templo notable es el de San Pedro, construido el año 800 por Carlo Magno.

Es siempre amargo para una mujer que ama á su marido, pero no trae consecuencias, y debe perdonarse... Pero ahora... ¡ahora!... La esposa se irritó al evocar las infidelidades recientes... Ya no eran sus rivales las mercenarias de los grandes puertos, ni las viajeras que sólo pueden dar unos días de amor, como una limosna que se arroja sin detener el paso.

Pero como es sabido que si el orador no se pone en completa é íntima relación con su auditorio, los pensamientos carecerán de vida y color, y la frase quedará desmayada y fría, es de perdonarse que nos imaginemos que un amigo, sin necesidad de que sea muy íntimo, aunque benévolo y atento, está prestando oídos á nuestra plática; y entonces, desapareciendo nuestra reserva natural, merced á esta especie de intuición, podremos charlar de las cosas que nos rodean, y aun de nosotros mismos, pero siempre dejando que el recóndito Yo no se haga demasiado visible.