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Aquel hecho insignificante, tan insignificante como el aplastar un grano de arena con nuestro pie, me hizo detener el paso, me hizo temblar, me hizo mirar a todos lados, puso en mis labios esta pregunta, que me dirigí lleno de confusión: «Pero, Gabriel, ¿te has vuelto bobo, o lo has sido toda tu vida

Por último, se acercó una mujer, la joven la detuvo y respetuosamente la hizo su pregunta. ¿La calle del Humilladero? dijo la mujer, que era una vieja arrugada y con voz gangosa. , señora. ¿Le parece á usted que está bien detener á las personas honradas de este modo? contestó la vieja muy incomodada.

Nada más lejos de mi ánimo que la idea de confundir con los atributos naturales de la juventud, con la graciosa espontaneidad de su alma, esa indolente frivolidad del pensamiento que, incapaz de ver más que el motivo de un juego en la actividad, compra el amor y el contento de la vida al precio de su incomunicación con todo lo que pueda hacer detener el paso ante la faz misteriosa y grave de las cosas.

Silas, desorientado por los cambios que un lapso de treinta años había introducido en su ciudad natal, acababa de detener sucesivamente a varias personas para preguntarles el nombre de la ciudad y convencerse de que no estaba bajo la influencia de un error.

De lo del ser otra vez manteado, no digo nada, que semejantes desgracias mal se pueden prevenir, y si vienen, no hay que hacer otra cosa sino encoger los hombros, detener el aliento, cerrar los ojos y dejarse ir por donde la suerte y la manta nos llevare.

Don Luis, un momento... Era el Barbas, que había abandonado su inmovilidad de fakir para detener al doctor. ¿Qué hay, compañero? Usted, que es bueno, quiero que se entere, ya que sube por aquí, de lo que hacen esos ladrones. Y le mostraba con gesto trágico su casucha. Como Aresti no parecía comprenderse, el Barbas le mostró la parte superior de su barraca falta de techumbre.

Juan, pálido hasta en los labios, había tratado de detener al señor Aubry; pero a medida que éste hablaba, se apoderó de él una emoción tan violenta que quedó mudo, escuchando, enloquecido, las palabras febriles del enfermo, y los sollozos ahogados de María Teresa.

Los villanos á este tiempo ya habian vuelto las espaldas y desamparado el puesto que se les encargó, y tras ellos muchos soldados de quien Miguel tenia alguna confianza, y así se vió en un punto sin pelear vencido. Perdió el guion, y aunque con voces, y ruegos procuró detener los que huian, no fué oido ni creido.

M. de Vitrolles ha sido nombrado en su lugar; se cree que no irá hasta pasado mucho tiempo a ocupar su puesto; esto va a detener indefinidamente a Alfonso en Italia.

Lo único que podía hacer era conducirla al Gobierno civil en vez de la prevención y detener el parte al juzgado algún tiempo. Pero el duque de Requena lo era. Por eso Rafael le dijo en voz baja a la Amparo: Mira, chica, lo mejor que puedes hacer es pasar un aviso a Salabert. Si no, estás perdida. Ya se habrá acostado. ¿Te encargas de llevárselo?