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Una tropa de chalanes llega y descabalga para descansar a la sombra de los cipreses, dejando libres los jacos en el verde y oloroso campo, que cruzan aquellos caminos aldeanos por donde se pierden huestes de mujerucas, viejas y mozas, que van al molino con maíz y con centeno. Los chalanes son siete: Manuel Tovío, Manuel Fonseca, Pedro Abuín, Sebastián de Xogas y Ramiro de Bealo con sus dos hijos.

Nunca habian quedado enteramente á merced de los invasores, ni aun en aquellas pocas poblaciones que habian hecho tenaz resistencia y que habian sido tomadas á viva fuerza, porque no eran asaz numerosas las huestes agarenas para poblar y conquistar á un tiempo, y no les convenia ahuyentar á los naturales con la servidumbre.

Era una sombra de las grandes huestes Que de Mendoza al Ecuador partieron, Y que del grande San Martin siguieron Por entre abismos la pisada audaz; Era un guardian de la ignorada tumba De los caidos sin legar su nombre, Que esperaba á los héroes de renombre Para dar á otro mundo la señal.

Alza la frente que abatió la pena; Sacude el huracán de tu melena; Llene el viento el clangor de tus rugidos... Despierta, hermosa leona castellana, Que tus huestes tocando están a diana, Con los aceros hacia a rendidos.

Más tarde las huestes sarracenas que habían paseado en triunfo todo el orbe, vinieron á estrellarse contra los pechos de un puñado de labriegos ahí, un poco más arriba, en la sacra montaña de Covadonga. Pasaron muchos siglos, empezaron á alimentarse con borona, y otras águilas tan brillantes, las del César Napoleón, cayeron sobre nuestro país.

En el centro de ese campo donde combaten huestes tan opuestas, los independientes, antiguos liberales, se han segregado de la masa, procurando encontrar, al abrigo de la moderación en las ideas, un modus vivendi razonable para la colectividad.

La señora era hermana del marqués de Revollar, que tanto había figurado en Madrid hacía pocos años por su increíble disipación y prodigalidad, y que ahora, totalmente arruinado y perseguido de cerca por sus acreedores, había corrido a refugiarse en las huestes del Pretendiente, a quien servía como ministro y consejero.

Una profecía, de que esta expedición será desgraciada para Portugal, y otros presagios funestos, han infundido en los soldados inquietud, temor y tristeza; pero Don Fernando manifiesta al punto la grandeza de su alma y su confianza en Dios, disponiendo sus huestes para pelear contra los infieles, y haciendo prisionero á Muley, general enemigo.

Por último, todo ese paisaje esplendente se ve encuadrado por las montañas de la Sierra-Nevada, donde en la cima de los anfiteatros de colinas y planos inclinados, y sobre inmensos pedestales abruptos de granito y mármol se destaca, como el lomo fulgurante de un mar de plata, el cordon de eminencias coronadas de nieve perpetua, que parece estar enviándole á la Europa los reflejos del sol abrasador de África.... En uno de esos anfiteatros de cerros se nota el del Suspiro del Moro, desde cuya cima dicen que el vencido Boabdil lanzó la última mirada y el postrer adiós á la gentil Granada, ya conquistada por las huestes de Isabel y Fernando....

Siempre que se veían en un aprieto al pelear contra los indios, aparecíaseles el apóstol Santiago en su corcel blanco y luminoso, hendiendo las apretadas huestes cobrizas, lo mismo que en España había desbaratado a los infieles musulmanes. La devoción de aquellos hombres dijo Ojeda ha llenado América de imágenes prodigiosas, tantas o más que en la Península.