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Estos días está haciendo un tiempo magnífico, y, sin embargo, los alrededores de la ciudad se encuentran desiertos a todas horas. La Naturaleza ha perdido el prestigio en San Sebastián. Lo ha perdido... a la ruleta. Esto es una ladronera, una perfecta ladronera dice D. Salustiano . Ni por casualidad se gana. Va usted a ver... D. Salustiano coge una ficha de 20 pesetas y la arroja sobre la mesa.

Su juego es a modo de una lección experimental para los amigos y para los espectadores. Yo me creo en el caso de contenerle. No juegue usted más le digo . La demostración ya está hecha. La práctica ha confirmado suficientemente la teoría. No vale la pena que pierda usted cien pesetas más para persuadir a un convencido como yo. Pero D. Salustiano insiste.

D. Salustiano tenía una convicción en la vida: la de que nunca se gana a la ruleta, y he aquí que una bola ciega, un azar incomprensible, acaba de destruir esta convicción. ¿Qué le queda ahora a D. Salustiano? Nada más que las 500 pesetas. En lo futuro, su existencia carecerá de todo sostén ideal, y será una cosa baldía... Juéguese usted las 500 pesetas a una docena le aconsejo.

Es que no tan sólo se pierde en general, sino que se pierde siempre, todas las veces exclama. La fila de D. Salustiano comprendía los seis números que van del 13 al 18, inclusive. Sale el 16, y D. Salustiano gana 500 pesetas. Yo voy a felicitarle, pero me contengo. El buen señor está desconcertado. Todos sus principios se acaban de caer a tierra.

D. Salustiano las juega y las pierde. Entonces su rostro se anima de nuevo. ¿Ha visto usted? me dice . Lo de la fila había sido una casualidad que no demuestra nada. Indudablemente, no hay posibilidad de ganar nunca a la ruleta. Y cogiendo cinco duros, los tira sobre la mesa: Para los empleados... Cada vez que un bilbaíno me invita a comer, me parece que me da a comer hierro.

Llegó Leopoldina Pastor, sofocadísima, con un devocionario enorme en la mano: venía de Misa, porque estaba haciendo en San Pascual una novena para impetrar del cielo una apoplejía fulminante para don Salustiano de Olózaga.

De pronto la bola entra en un cajetín y el croupier canta el número. Doce. Rojo. Manque. Par... ¿Lo ve usted? suspira D. Salustiano . Era indudable. No hay manera humana de ganar. Y cogiendo ocho duros en fichas, los pone a una «calle». Diez y nueve, veinte y veintiuno. Ocho duros más que voy a perder me dice . No se gana nunca. Está demostrado... En efecto. D. Salustiano pierde los ocho duros.

¿Se ha convencido usted? me pregunta . Pues para que acabe usted de convencerse, me voy a jugar cien pesetas a una fila. Las perderé, ya lo , pero no importa... Como D. Salustiano, hay en San Sebastián infinidad de personas que se arruinan para demostrar que es imposible ganar a la ruleta. Porque, desde luego, D. Salustiano está firmemente persuadido de esta imposibilidad.

La señorita de Pastor, ardiente defensora de los fueros gramaticales, prometióle hacer por todas partes propaganda de la tranvía; pero escapósele al bueno de don Casimiro que era el académico en cuestión don Salustiano Olózaga, y Leopoldina varió al punto de dictamen, exclamando muy enfadada: ¡Imposible que sea femenino!... Olózaga es un indecente amadeísta que ha impuesto a Thiers el Toisón de oro; y eso no se lo perdona ninguna alfonsina... ¡Pues no faltaba más!... ¡El tranvía se dice, y el tranvía se dirá!...

Pues se zambullía al embajador en el Sena, que ya tenía el tal don Salustiano vientre bastante para sobrenadar lo mismo que una boya... ¿Que Thiers se enfadaba? Pues se cogía a Thiers por su copetito de pelos y se le enviaba a cuidar de su casa, dejando en paz la del vecino, y ¡chitón, chitito!...